Nicolás Gómez Dávila y el Concilio Vaticano II (Parte 1)

Iglesia-Opinión

por  Carlos Gómez Rodas

Introducción

Lo que se piensa contra la Iglesia, si no se piensa desde la Iglesia, carece de interés”1

Uno de los temas menos estudiados en la todavía inexplorada obra de Don Nicolás Gómez Dávila es su ataque frontal contra las ideas y prácticas del clero moderno, las mismas que el autor rechazó abiertamente, aun cuando se consideraba un católico cabal y un convencido creyente o, tal vez, precisamente por esa razón.

Buena parte de los dardos lanzados al espíritu del lector en la obra del bogotano tiene como objetivo llamar la atención sobre la crisis de la estructura eclesiástica en la Modernidad, pero, sobre todo, después del Concilio Vaticano II, ya que Gómez Dávila se identificó desde su juventud con la Iglesia de siempre, la de la Tradición en términos dogmáticos, litúrgicos, morales y pastorales, cuyos fundamentos se encuentran en el Concilio de Trento (1545-1563). Comentando el perfil católico del autor en cuestión, Radomír Malý indica: “La apología del reaccionario es la apología del catolicismo medieval: jerárquico, ascético y monástico, que tiene poco que ver con el catolicismo actual: democrático, liberal y burgués” (2013, p. 102).

Para quienes defienden las reformas introducidas por el Concilio Vaticano II (1962-1965) —según los cuales dicho Concilio renovó la Iglesia Católica, hizo el ritual más cercano a los hombres y mujeres de las más diversas culturas y representó un diálogo fecundo entre la Tradición y el hombre contemporáneo—, este no rompió tajantemente con el depósito de veinte siglos ni desacralizó la doctrina, así pues, no fue el acta de rendición ante una cultura secularizada y nihilista.

Sobresale dentro este grupo quien fuera por muchos años prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, luego Sumo Pontífice de la Iglesia Católica y, hoy, Papa emérito, Benedicto XVI, quien afirmó, por lo menos en muchas de sus intervenciones, que el Concilio fue “renovación dentro de la continuidad” 2 y no discontinuidad ni ruptura.

Sin embargo, no todas las voces fueron de apoyo al aggiornamento que había impulsado Juan XXIII y que continuó con los papas que le sucedieron, pues también debe tenerse en cuenta a los que vieron aquel Concilio —y a los que hoy lo siguen viendo— como la apertura de la Iglesia a las ideas del modernismo que los papas anteriores habían criticado férreamente y, por tal razón, no quisieron aceptar los cambios sugeridos por documentos conclusivos como Lumen Gentium, Dignitatis Humanae, Nostra Aetate y Gaudium et Spes. Si bien es necesario aclarar que el Concilio Vaticano II no fue dogmático sino pastoral, es evidente que, implícitamente, propuso un cambio total en la doctrina católica e, incluso, algunos hablaron, con agudo sentido crítico, de cambio de religión (Lefebvre, 2003).

El Profesor Plinio Corrêa de Oliveira ―abogado brasileño, líder católico, fundador de la Sociedad Brasileña para la Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP) e inspirador del Cœtus Internationalis Patrum3― fue protagonista de una acción firme y decidida en defensa de la Tradición antes, durante y después del Concilio Vaticano II. Son muchos los escritos en los que se refirió críticamente al mismo. Valga citar uno sumamente memorable como ejemplo de su posición con respecto al concilio que transformó la Iglesia Católica hasta hoy:

Mi presencia en Roma durante el Concilio no fue una yuxtaposición de placeres y alegrías por un lado, y de severos pesares por otro lado. Yo estaba cargado de aborrecimientos.

Esa estadía de tal manera constituyó un sufrimiento para mí que, cuando volví a San Pablo y pisé el suelo, tuve una sensación de alivio: “¡Al final acabó!”.

¿Por qué razón? Porque durante todo ese tiempo, dentro del Concilio, y por tanto dentro de la Iglesia, todo se movió mal y erradamente.

Mi intención era asistir siempre a las sesiones del Concilio, porque significaba ver a la Iglesia en su mayor pompa, instalada con dos mil obispos en aquel edificio colosal de la Basílica de San Pedro, todos de mitra, báculo. Yo podría quedarme allí cuatro o cinco horas simplemente mirando aquel protocolo y esplendor.

Pero fui apenas una vez. Y después no puse más los pies en la Basílica, a no ser cuando, en el encierro de la primera fase del Concilio, asistí a una misa celebrada por Dom Mayer en el altar de San Pío X.

Íbamos a salir todos de Roma y la misa encerraba aquella fase de actividades. Fuera de eso, NO, de tal manera yo estaba triste, por no decir más, con el desarrollo del Concilio4 (IPCO, 2015, p. 483).

Otro caso ―tal vez, el más célebre― es el de Monseñor Marcel Lefebvre (1905-1991) y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X por él fundada, que, incurriendo en cisma en junio de 1988, todavía sigue siendo uno de los grupos que encabeza la oposición tradicional a muchas decisiones de Roma, aun cuando en el pontificado de Benedicto XVI avanzaron los diálogos entre dicho grupo y la Santa Sede.

En su célebre Carta abierta a los católicos perplejos, Lefebvre señalaba:

El paralelismo que hago entre la crisis de la Iglesia y Revolución Francesa no es sólo una metáfora. Hoy nos encontramos en continuidad con los filósofos del siglo XVIII y con el profundo cambio que sus ideas provocaron en el mundo. Es algo que reconocen los mismos que han inoculado ese veneno a la Iglesia (…)

La Revolución se ha introducido en la Iglesia gracias a ese catolicismo liberal, con pretexto de pacifismo y de fraternidad universal. Los errores y los falsos principios del hombre moderno han penetrado en la Iglesia y han contaminado al clero gracias a los papas liberales y al concilio Vaticano II (2003, pp.121.123).

Bastante cercano a las ideas del Profesor Plinio y de Monseñor Lefebvre, Gómez Dávila verifica la entrada de la que él denomina “religión democrática” en el seno de la Iglesia, pues, desde su perspectiva, el catolicismo ha ido abandonando la referencia al Dios personal y trascendente, para volcarse en un humanitarismo sostenido por una ética laica sin vínculo con la vida sobrenatural, razón por la que parece más ligado a la Modernidad con toda su carga antropocéntrica, inmanentista y secularista que a la Tradición teocéntrica y metafísica de dos mil años de cristianismo.

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1 Gómez, 2005, p. 140.

2 Son palabras de Benedicto XVI en el Discurso a los Cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la Curia romana. 22/12/2005. Puede consultarse también Figari, Luis Fernando. (2006). “Una recta lectura del Concilio en vistas al Tercer Milenio”. Concilio Vaticano II. Perspectivas para el tercer milenio. Lima: Vida y Espiritualidad, 49-73.

3 El Cœtus Internationalis Patrum (Grupo Internacional de Padres) fue un grupo de 250 obispos de impronta tradicionalista o conservadora que, durante el concilio Vaticano II, contestó las posturas modernistas y cuya finalidad era organizarse frente a los embates del grupo de padres conciliares en derredor del Rin, los progresistas, cuyo grupo era conocido como Alianza Europea. El Cœtus surgió del Petit Comité que había conformado el Profesor Plinio como grupo de estudios y trabajo para hacer frente a la amenaza modernista y marxista en el Concilio. Al respecto puede revisarse Associação Instituto Plinio Corrêa de Oliveira. (2015). Minha Vida Pública. Compilação de relatos autobiográficos de Plinio Corrêa de Oliveira. São Paulo: Associação Instituto Plinio Corrêa de Oliveira; De Mattei, R. (2010). Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta. Turin: Lindau y Tissier de Mallerais, B. (2012). Marcel Lefebvre. La biografía. Madrid: ACTAS.

4 Traducción al castellano del autor con base en el original portugués.

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