El Pinta y el ritual original. Primera Parte

Cuento-Literatura

por MDM

Se vivían los últimos tiempos. El mundo era como una balsa averiada navegando en un río rápido y caudaloso, próximo a la desembocadura de una temible y pronunciada catarata. No había dique de contención en pie. Parecía no haber retorno. No había músculo humano capaz de detener el fatal desenlace. Era cuestión de tiempo.

Después del Concilio Vaticano III, tras el cisma sexual, sobrevino una gran apostasía, acompañada de grandes desastres naturales. Muchos abandonaron la Iglesia. Los buenos retiros espirituales, los pocos que todavía se predicaban, caían en saco roto. Los pocos sacerdotes fieles a la Iglesia de Cristo, excomulgados por haber rechazado las últimas reformas litúrgicas, estaban al borde de la desesperación. Pero sabían que primero había que obedecer a Dios antes que a los hombres. Y que debían esperar en las Divinas Promesas contra toda esperanza.

Este sombrío cuadro de situación, motivó que algunos miembros del pequeño rebaño que resistía, que vivían en algún lugar perdido de la Confederación de Estados del Sur, se reunieran a efectuar un diagnóstico de la situación para ver qué medidas se podían tomar. Se congregaron en torno a un gran fogón, sentados sobre viejos leños y aprovisionados con añejos whiskies.

No eran ingenuos, sabían que ya poco se podía hacer y que la suprema virtud a practicar era la paciencia. El aguante. Entendieron, ¡por fin!, aquel críptico mensaje de un viejo padre del desierto que refería a los cristianos de los tiempos parusíacos: «No harán nada y serán mejores». Como Jesús en la Cruz, estaban llamados a vivir la Pasión.

Sin embargo, el mandato divino —expresado por la pluma del discípulo más amado de Jesús— era claro: «conservar lo recibido». Por eso, desprendidos de cualquier fruto, se pusieron manos a la obra. Aunque sea para practicar su deporte favorito: sumar derrotas y añadir nuevas cicatrices de batalla en honor al Supremo Rey. Y, por supuesto, para beber y cantar con los amigos.

La gracia supone la naturaleza afirmó rascándose la pera uno de los sabios ancianos—.

Y con eso qué —replicó otro de los presentes mientras revolvía las brasas con una ramita generando un espectáculo de chispas—.

Siempre estuvo frente a nuestras narices —dijo, luego de mojar sus cuerdas vocales con un Johnny Walker Red Label—.

Y prosiguió:

La gracia rebota o se desvía porque no hay una naturaleza bien dispuesta.

¿Naturaleza? ¿De veras? ¡El hombre fue abolido! —exclamó otro—.

Es verdad. Los últimos jalones de la Revolución, con el advenimiento de la ideología transhumanista y la aparición de las nuevas tecnologías, hizo desaparecer en los hombres casi toda huella de Dios —agregó otros de los presentes mientras armaba un cigarrillo con un pequeño dispositivo metálico—.

Bien has dicho —continuó el sabio anciano—, “casi” todo rastro de Dios. Pero como el cura loco nos enseñó, hay un núcleo íntimo, más íntimo que nuestra misma mismidad, que se conserva inmaculado. Aunque no sea visible, allí está, como un pequeño rescoldo que espera agazapado su venganza.

Y continuó:

Por eso los retiros espirituales ya no dan fruto o solo tienen una limitada eficacia sobre unos pocos. Debemos avivar el fuego, tenemos que ser creativ…

¡Ya sé! —interrumpió el más joven del grupo—. ¡Retiros intelectuales!

Muchos de los presentes echaron a reír, un poco por el desparpajo y candor de aquel joven y otro tanto porque no veían de qué se trataba la cosa.

El joven tiene parcialmente razón —dijo el anciano con un rictus de tímida alegría—. Debemos intentar rehabilitar las inteligencias.

¿No se trataba de ganar corazones? —preguntó otro—.

Por eso dije “parcialmente”. Es tan peligroso hacer de cosa tan seria un asunto de mera razón, como también de puro corazón. El hombre es uno y todo en él es humano… Dejando de lado a los ciborgs claro está —remató con un dejo de ironía y preocupación—.

Todo muy lindo —dijo el más pesimista—. Pero cómo hacemos. Los grupos de formación “oscurantistas” fueron prohibidos por el Papa malo, en el mismo acto que declaró nula la canonización de Tomás de Aquino.

Otros de los sabios del grupo que se había mantenido en silencio hasta el momento, apoyó su copa de whisky en un leño y dejó ver una leve sonrisa, sin quitar la vista del fogón:

Amigo… Acaso no estarás pensando en…

Sí —aseveró tajantemente el viejo que llevaba la voz cantante—.

Bien sabés que ese temerario ritual fue categóricamente prohibido en época de los Caballeros Templarios —dijo ante la mirada absorta de los presentes que no entendían nada de qué se estaba hablando—.

Problemas extremos requieren soluciones extremas —dijo el anciano—.

Todo es lícito en defensa de la Patria y de la Iglesia, menos dejarla perecer —dijo un adulto sobreviviente de una perecida guardia sanmartiniana, con ánimo de meter bocado pero sin comprender absolutamente un pomo—.

¿De qué diablos hablan? —preguntaron al unísono y en tono impaciente los otros miembros—.

De la Santa Bohemia —dijeron los sabios del grupo, mientras se santiguaban y miraban al cielo estrellado, procurando la bendición de los santos de la Iglesia Triunfante, que observaban con santa envidia a los cristianos de estos tiempos por ser escogidos para luchar bajo el estandarte del Divino Rey contra el mismísimo Anticristo—.

En qué consiste —preguntó otro entusiasmado—.

Por lo pronto bajen a los túneles y traigan mucho alcohol, cigarros y guitarras —dijo el anciano jefe—. Ya lo van a entender. Es algo que se debe vivir. Que se debe mostrar más que enseñar. Nuestra misión es extender el uso del ritual en la mayor cantidad de lugares posibles.

Eso nos podría costar literalmente la vida —dijo otro inflamando su pecho con orgullo—.

Y tenía razón. Organizar un evento de estas características podía revelar sus posiciones y ponerlos en serio riesgo de martirio.

¡Nos la tenemos que jugar! ¡La Iglesia es Una, Santa, Católica y Mártir, carajo! —dijo otro que en el pasado había sido un militar de inteligencia.

Y continuó:

Tengo algunos amigos a lo largo y ancho de la Confederación que se podrían sumar a esta primera Bohemia.

No se habla más —dijo el anciano en tono imperativo—. Tenemos que reunirnos con ellos antes de que se terminen de implementar las ciudades de 15 minutos. La gasolina escasea en todo el país y después puede ser tarde, muy tarde. ¡Tenemos que organizar la resistencia cuanto antes!

Al otro día, dirigidos por el ex militar de inteligencia, comenzaron a enviar telegramas a todos los convocados. Usaban estafetas humanos y hasta aves entrenadas. Había que evitar toda clase de mensajería virtual. De ser detectados podría significar algo peor que la muerte misma: La capacitación compulsiva en tolerancia universal y derechos fundamentales de la madre tierra.

Sólo tres audaces respondieron con prontitud a este primer llamado.

***

El Pinta, el Pipa Hernán y el Sheriff, habitantes de las heroicas tierras del Brigadier General Estanislao López, emprendieron este arriesgado viaje sin medir las consecuencias. Sabían que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto. Conocían al anciano sabio solo de oídas. A veces Dios pide que saltemos al vacío con los ojos vendados en el medio de la noche. Y ¡pucha!, qué estaba bien entrada la noche.

Con equipaje liviano y tres bicicletas destartaladas atadas sobre el techo del auto, por si acaso faltase el combustible, emprendieron este peligroso viaje.

Estos acontecimientos ocurrieron entre la última luna de sangre del año 4 después de la “Gran Mentira” y la rojiza aurora boreal que cubrió el cielo de la mayoría de los países del mundo, augurando tinieblas mayores.

 

Continuará…

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