LOS COSTOS DEL LENGUAJE. El precio de la “inteligencia artificial”

Filosofía-Opinión

por Jordán Abud

Sin dudas, hemos concedido un uso excesivamente amplio del término “inteligencia”. Amplio hasta la desnaturalización. Y ahora estamos pagando las consecuencias. Hablamos de teléfono inteligente, pantalla inteligente, cafetera inteligente, plantilla inteligente… La nota de “inteligente” ya no se dirime entre los ángeles y los hombres (en épocas de finas y exigentes distinciones) ni entre los hombres y los animales (ya en posteriores eras de derechos conquistados y tantos logros más). No, la lucha por la corona es ahora un tanto más extraña e inesperada.

¿Quién se lleva el título de “inteligente”? El que procesa rápidamente (sin dudas, a un tiempo admirable) y se adapta eficazmente al medio. Eso es ser inteligente. Primera lección, pues: no correspondería ninguna vestidura rasgada ni gesto de asombro para este año que pareciera haber descubierto el fascinante mundo de los algoritmos y de la automatización resolutiva de problemas. Quien haya leído el marco conceptual y las normativas didácticas de los últimos tiempos en la política educativa argentina encontrará un crudo y explícito paralelismo del sujeto cognoscente con el disco rígido o un buen programa informático. No esperábamos otra cosa, siempre a la vanguardia de todo, menos de la verdad. Sean Darwin o el evolucionismo, Piaget o la psicogénesis, Freud o el hedonismo, Elon Musk o el ChatGPT, la consigna del ministerio de educación es probar todo, todo menos lo bueno.

Ahora bien, un aparato es inteligente porque se adapta a una velocidad fenomenal, al medio y sus exigencias. En este marco, está claro que los mártires no han sido inteligentes. Evidentemente, no han aprobado los mecanismos de autorregulación y eficacia que tanto entusiasma a la pedagogía moderna. Pero dejemos el punto para el final.

¿Por qué la IA ha cobrado tanta fuerza? Porque redujimos antes la vida intelectual al dominio técnico sobre la naturaleza (de constatación histórica y epistemológica), cayendo en la tentación de controlar racionalmente la vida social. Y hemos aceptado que en eso consiste vivir. Seamos más precisos: que solo en eso y por sobre todas las cosas consiste vivir.

Nuestra vida personal y social ha quedado atrapada en los cálculos y algoritmos. Estamos felices que así sea, después de todo, a eso le llamamos “adaptación inteligente”. A la clásica computadora la solían llamar el ordenador. Y el ordenador -efectivamente- ordena, pero con un criterio estadístico, adaptativo, regulatorio y estabilizador. Nadie le pediría a la computadora aquello del sabio, de que es preciso ordenar. ¿Nadie? En realidad sí, le pedimos a cada minuto a los “aparatos inteligentes” que nos ordenen. Que dispongan de nosotros según su planificación. Y esta es la última ratio ordenadora actual de las sociedades: criterio de tecnolatría y no de sabiduría.

Las NT todo pueden buscarlo, medirlo y resolverlo. La inteligencia artificial (como clave de las NT) es una gigantesca y pulida procesadora de información; no hay nada que resista quedar entrampado en un algoritmo.

Tan amplia es la posibilidad de acción de estos aparatos, que no se conforman con ser una agenda especialmente útil o un sistema para mejor ejecutar tareas. Se trata de una cosmovisión que tiene en su vértice (hasta los enemigos del orden natural reconocen la conveniencia de jerarquía) las nociones últimas de la existencia. Se trata de una nueva religión que controla todas las necesidades: “la religión de los datos sostiene ahora que los algoritmos te observan constantemente, que les importa todo lo que haces y sientes”. El hilo conductor de nuestra existencia ya no es otro que el entramado de información y cálculos entre los cuales nos movemos. Por eso, Byung Chul Han dice que “el imperativo de la segunda Ilustración es convertir todo en datos e información. El dataísmo, que pretende superar toda ideología, es en sí mismo una ideología. Conduce al totalitarismo digital”. Breide Obeid define este tiempo como una “segunda globalización socialista (…) la última etapa del antropocentrismo que culmina en la abolición del hombre y su sustitución por un datacentrismo”. ¿Más claro aún? “La rotura de toda religación humana para caer presos de una red tecnológica al servicio de un mundo concebido como mercado global”.

Acogimos candorosamente la expresión “inteligencia artificial” y ahora nos quejamos de las consecuencias. Las conclusiones naturales no se hicieron esperar, a nivel de la (pseudo)política no somos más que un número, con el agravante de que nosotros mismos nos hemos habituado a pensar en clave matemática y porcentual, en lugar de hacerlo con parámetros cualitativos, desiguales y eternos. Y sin darnos cuentas ya no pedimos poesía ni épica, sino cotización actualizada y previsión estadística. Por eso es que ya ni nos preguntamos por las virtudes probadas de quienes pretenden tener un lugar en la calesita del poder, a lo más pericia contable y alguna opinión monetaria.

Nuestra vida política ha quedado presa de este reino de la cantidad y la valoración que da llegar a la mitad más uno. Ahora bien, esto que acabamos de decir, ¿es una primicia de la tecnología o tiene un fundamento anterior?, ¿es un plan comercial o es una mentalidad y un sistema perverso mucho más profundo, que incluye lo comercial, pero también el modo de entender la vida social y política? Escuchemos al padre Julio Meinvielle (y reparemos el año en que fue escrito, 1966): “… la destrucción del hombre cristiano se realiza a través de un proceso secular, que tiene como objetivo final la erección de una Civilización, que ha de tener dos condiciones: una, que la Vida Pública ha de ser la de una Sociedad-Máquina -una tecnocracia-, y otra, que todo en esa sociedad ha de convertirse en vida pública”. No seamos ingenuos, para llegar a donde estamos hubo que recorrer lo que recorrimos.

Como consigna inmediata -a fin de evitar que esta imagen y semejanza invertida se afiance aún más-, no concedamos entonces de manera acrítica la nota de inteligencia a cualquier “ente” que procese velozmente los datos y resuelva eficazmente el dilema. Empecemos por los aparatos, ya habrá tiempo de examinarlo en los animales y en el congreso. Podríamos detenernos, por ejemplo, en la noción de “planificación inteligente” de los semáforos, de una agenda o de un simple localizador geográfico, y considerar qué harían si fueran en verdad inteligentes, devolviendo al término todo su valor, su sentido y su profundidad.

Les decimos “inteligentes” porque, como vimos, los asiste la estadística aplicada. La alternancia en los semáforos entre verde y rojo, la duración de cada uno y la secuencia están sustentados posiblemente en un análisis funcional fríamente calculado. Nuestra propuesta es dejar condicionado el título de “inteligente” otorgado a los aparatos, al menos hasta tanto den muestra cabal de un puñado de notas:

Cuando los aparatos jerarquicen, activando esa proporción que escapa a la métrica, con esa ponderación labrada de intuición y sentido sobrenatural de la vida, cuando sepan distinguir lo único necesario entre las urgencias, cuando capten de modo infalible el lugar justo de cada cosa, el momento oportuno, el santo menosprecio y el valor infinito de las cosas ocultas, entonces ahí empezaremos a sospechar que una máquina simula una decisión cabalmente inteligente.

Cuando una agenda tenga en su programación la capacidad estructural de distinguir la utilidad del bien, lo funcional de lo bello, lo eficaz de lo poético. Y cuando sobre esa distinción, macerada en cada minuto transcurrido, se instale al usuario más en el mundo de los mitos y los arquetipos que en el de las sumas y los porcentajes, cuando ese mismo programa pueda arrancarle al hombre la nostalgia de eternidad y devolverlo en cada propuesta organizativa, comenzaremos a creer que tiene algún parecido con lo humano.

Cuando un aparato demuestre que -desafiando la advertencia de Marechal- no es un imbécil atorado de fichas, y ante el misterio sea más un inefable regocijo interior que un efectivo procesamiento de datos lo que engendre, allí el mote de inteligente alcanzará posiblemente su máxima expresión. Si un programa puede darnos la nota exacta del ocio contemplativo y su lugar justo en el automatismo resolutivo de problemas; si nos muestra el algoritmo del éxtasis poético y es capaz de traducirlo al lenguaje binario, empezaremos a ver algún parecido esencial.

Cuando un semáforo sea capaz de leer el momento justo en el que toca ir contra toda estadística y tenga en su interior las condiciones justas para activar el verde cuando la automatización le indicaba rojo, en un salto inexplicablemente cualitativo la máquina active la prudencia cristiana consciente de que tal es la única forma hondamente realista de ver las cosas y procesar la información. Pues entonces ahí comenzaremos a percibir remotos parecidos. Mientras tanto estamos lejos, muy lejos.

Dialogando solo
(Se solicita con urgencia al padre, madre, tutor o encargado)

Poco después (a lo sumo un par de horas) de enviado el breve ensayo expuesto arriba me llegó un comentario crítico, elaborado y con citas bibliográficas variadas, que vale la pena sumar al debate sobre la IA. El detalle de este intercambio es que la respuesta que a continuación reenvío, ¡está elaborada por la misma inteligencia artificial! Para ser francos, quedamos desconcertados. El objetor no es alguien, es algo. Pero además es el objeto de nuestra consideración, es decir, no nos contesta el responsable de lo que criticamos, sino lo que criticamos. Como si le hubiésemos pegado con una vara a la piedra yacente al borde del río, y en un momento la piedra misma se diera vuelta para mordernos. O más paradójico aún: al contestar las objeciones reconocemos en el interlocutor a esa estructura “desalmada y estéril” con una particularidad: que detrás de ese vacío vital, moviendo los hilos y pergeñando reacciones entre cálculos y silogismos, hay inteligencias y voluntades que claramente sostienen y digitan todo. Va entonces la primera parte de la respuesta de este extraño interlocutor de dos rostros (textualmente el texto recibido), y algunas consideraciones que nos parecen inevitables.

Hasta aquí la respuesta literal a nuestras consideraciones. Esta respuesta -insistamos, dada por la misma IA- no es un simple entrecruzamiento de términos, ni sólo un rápido procesamiento de datos ni un mero rompecabezas sintáctico. Es eso, y más. Estamos en un estadio ascensional que tal vez no dimensionamos: cuánto se recorrió desde una planilla de Excel que puede colaborar en nuestra organización, pasando por una computadora que es capaz de vencer al campeón mundial de ajedrez hasta un programa que se convierte en interlocutor persistente y crítico literario de un tema de alcance educativo. Vaya entonces una primera convicción: la tecnología no es sólo la tecnología, hay subyacente en el tema tecnológico un cimiento ideológico. Y cuando decimos ideológico decimos cosmovisional y metafísico. Hemos tecnificado el universo político y moral, revistiendo de una falsa asepsia este entrecruzamiento, y los costos serán (en rigor, ya lo son) letales.

Por ahora consideremos sólo algunos “desperfectos técnicos” que nosha mostrado la máquina al enviarnos esta velocísima respuesta.

  1. “…tus afirmaciones llenas de descontento…” Posiblemente aquí se filtró un virus que amenaza con desordenar  cualquier Word de la computadora de la que salió la respuesta. Porque una cosa es analizar el texto sintácticamente (hasta aquí lo aceptamos, y no hace falta ser “inteligente”) y otra es saltar a una consideración de la subjetividad del autor. Cómo se da este paso, aún no se ha podido resolver, pero la ciencia moderna le va dando diversos nombres. Es el salto del procesamiento de los datos al fenómeno subjetivo, o como dicen algunos, la apropiación individual del dato objetivo. Cuidado con este traspié, porque el fenómeno en primera persona, subjetivo y consciente es la barrera que desvela a las NT. El salto del procesamiento de datos a eso tan misterioso que llamamos “yo” es la valla insalvable que la técnica no ha podido sortear. Usted, IA, no sabe si son afirmaciones llenas de descontento, de renovada esperanza o de envenenado maquiavelismo. Hasta donde llega no le permite sondear ese abismo, que se llama interioridad, por lo tanto manténgase en
    su campo que es el de la rápida configuración terminológica, y deje para los humanos las intenciones y las apreciaciones
    subjetivas. Si tuviese alma lo entendería, dicho esto sin afán
    irónico. Pero claro, la ironía es otro fenómeno que le está
    vedado en lo esencial.

  2. “…debería mosorientar nuestros esfuerzos hacia su uso ético y responsable”. Sí, en eso consiste la definición del problema que tenemos entre manos. Los humanos, y un subgrupo menor que se dedica a investigar, lo suele llamar el planteo del tema y la definición de la tesis. Porque convengamos que apelar a un “uso ético y responsable” es un clishé simplificado en exceso, que se aplica tanto para el agua potable, como para la automedicación de los antibióticos o el criterio para el protector solar en niños. Tal vez un programa más sofisticado podría al menos simular a los filósofos griegos y detenerse con más profundidad en el significado de “ético” y de “responsable”.

  3. La inteligencia artificial, lejos de ´destruir al hombre cristiano´…”. Aquí también nos topamos con un ajuste pendiente, porque tal conclusión ha llegado por saltos y extrapolaciones indebidas: no sólo destruye al hombre cristiano -no lo hemos planteado así-, destruye al hombre, a secas. Sería un recorrido largo de hacer, y sospecho que con un par de linkcorrectos nos ahorraríamos el tiempo que implicaría entender el tema. Pero en rigor es la destrucción del hombre mismo en sus operaciones más naturales y cotidianas: concentrarse, razonar con rigor, apreciar el agua y el sol, relacionarse personalmente con los pares, y un largo etcétera. Créame Mr Window, el suicidio del hombre mismo al que aludimos no es un invento nuestro y su consideración ya viene de larga data pero encuentra en estos tiempos, al parecer, sus últimos estertores.

  4. Parafraseando a Aristóteles ´el hombre es un animal de costumbre´”. No cometeré justo con usted el error de googlear a Aristóteles, ni sus citas ni sus obras. Pero en lo inmediato sugiero ceñir el texto al mayor rigor posible y asumir el oficio de traductor que obliga a volver sobre el sentido de los términos (en el Filósofo la idea de ´costumbre´
    no se vincula al adaptacionismo; pero tome el recaudo de buscarlo con “F” mayúscula, de lo contrario la reflexión filosófica lo llevará por otras conexiones). Lo que sucede es que aquí surge el otro tema que necesito hablar con alguien y no encuentro interlocutor, que es la noción de “sentido”.

  5. Evolucionar y adaptarse son las claves para seguir adelante…” Vaya vaya…si no vemos aquí toda una concepción filosófica es porque estamos negados a hacer el ejercicio de honestidad intelectual (que jamás la podremos verificar en una máquina). IA, ¿no ve una clara valoración en semejante afirmación? Más allá de la ambigüedad que tal afirmación contiene (porque todo depende del fin -evolucionar…hacia dónde, adaptarse… a qué-) si debemos tomar partido rápidamente diremos que no estamos de acuerdo. Ni la evolución ni la adaptación son las claves intrínsecas de ese ir hacia adelante que promueve el mentor. Claro que tanto las políticas educativas vigentes como el progresismo eclesiástico estarían conformes y contestes con su ideario. Pero convengamos que si la IA pretende hacernos creer que en tal afirmación no anida medularmente una filosofía de vida, pues deberemos llamar a la trampa una verdadera estafa. Ahora bien, ¿quién sería el estafador? Porque es tal la confusión de la modernidad que ya no sabe ni qué reclamar ni a quién hacerlo.

  6. La IA “es una herramienta creada por el hombre y para el hombre, de manera que se adapte a nosotros y no al revés”. Es una pena que pase tan rápido lo que es tal vez la columna vertebral de este dilema. La “mutación antropológica” de la que hablaba Benedicto XVI es de una vigencia creciente. Que nos estamos haciendo a imagen y semejanza de la máquina es de tal arrolladora evidencia que podríamos abundar en ejemplos. Hace muy poco, Juan Manuel de Prada, nos recordaba que “la tecnología no es -como pretenden los apóstoles del progreso y sus tontos útiles- un instrumento neutro que nuestra voluntad puede encarrilar según las más nobles aspiraciones de la naturaleza humana, torciéndola, forzándola, sofocándola, hasta lograr suplantarla. Y lo hace porque se halla en manos de gentes sin escrúpulos, con tendencias destructivas, a quienes importa un bledo el destino de la Humanidad (aunque se disfracen de filántropos)”. Lo que afirma es una burrada. Ahora bien, ¿cómo se formularía con la IA artificial la acusación de que se está haciendo la tonta?

  7. Debemos examinar la inteligencia artificial dentro del contexto que vivimos actualmente, un mundo predominantemente digital”. Precisamente de eso teníamos que hablar. La automatización que ha impuesto la era digital ha precipitado el ya decadente ejercicio del pensamiento crítico. Las máquinas (perdón por los presentes) definen, traducen, sintetizan, sistematizan, ordenan… y ahora dialogan y discuten. Si esto no es una preocupante mutación del interior humano entonces estamos ante diferentes escenarios.

Es inevitable constatar un progresivo -pero ya aplastante y consolidado- reemplazo de la prudencia por el ordenador, del sabio por el técnico, del bien por el algoritmo.

La IA procesa, pronostica, calcula, mide, resume, sintetiza, en fin, piensa. Y como (supuestamente) piensa, levanta la mano para opinar. Y algunos ingenuos nos tomamos el tiempo de responder.

Nunca pensé terminar discutiendo con una máquina, porque es como pelearnos con un código de barras o insultar al cajero automático (y aprovechemos entonces a realizar aquí un test rápido: quién no ha insultado en soledad y tomando algún recaudo de discreción a los cajeros que justo el día de cobro no cuentan con nuestro dinero).

Ciertamente es preocupante la humanización de las máquinas, aunque más lo es la maquinización de los humanos.

  1. No podemos pretender resistirnos a la realidad que nos rodea”. Error, y pido quede hecha de nuevo la denuncia: aquí se esconde un criterio de honda valoración moral. Podemos y debemos muchas veces resistirnos a la realidad que nos rodea…claro, también depende de lo que se entienda por realidad. Ud IA no tiene esa obligación, pero nosotros los hijos de Dios sí.

  2. Invocas nostálgicamente unos ideales llenos de ´intuición´ y ´sentido sobrenatural de la vida´” Qué sabrá usted de la intuición y la nostalgia. Esto me hace acordar a la enseñanza teológica de que los ángeles caídos no pueden ver a Dios en Cristo, les está negada tal gracia. Nunca un software entendería ese golpe de vista que nos familiariza con los ángeles en cada destello espiritual, ni esa fragancia a eternidad con aroma a bienes perdidos y reconquistados. No, deje que eso lo hablemos entre humanos.

  3. El pesimista ve la dificultad en cada oportunidad, el optimista ve la oportunidad en cada dificultad…” Agradezco la sugerencia, pero en estas cosas es donde se ve con más claridad la fragilidad de la mecanización detrás de los argumentos. Para repetir frases hechas, más o menos adaptadas a un puñado de circunstancias, mejor asesore en campañas preelectorales. Esta consigna es interesante, pero posiblemente esté a disposición para la mitad de las discusiones, es decir, cuadra bien en muchas oportunidades. Sugiero que el copie y pegue sea sujeto a una actualización. Es cierto que ha logrado más plasticidad que el rústico graffiti
    estampado en la pared del barrio, pero intente ampliar la gama de respuestas prefabricadas. Ya son muchas, pero se puede más.

  4. Tu crítica, aunque de alguna manera estrecha de miras, es esencial en el diálogo sobre cómo deberíamos formar e incorporar la inteligencia artificial en nuestra sociedad. Te invito a que sigas participando en este diálogo, pero te pido que lo hagas con una mente más abierta y menos reacia al cambio”. De mi parte me comprometo a seguir con el tema, con lo cual dependerá de mi buena voluntad y en el suyo, de la carga de batería y los services necesarios para no cortar la discusión.

El detalle es que a la misma inteligencia artificial se le puede pedir que esté del lado del expositor, o en contra, o alternativamente de un lado o del otro. Afortunadamente hicimos antes referencia a la falta de adaptacionismo de los mártires. Jamás se les hubiera ocurrido pensar en una verdad “a la carta”.

La IA -en este contexto- es esencialmente la sofística 3.0, tiene sus principios pero si hace falta, deja otros a disposición del usuario. Mientras se pague. Pregunten sino a los politicastros que consultan a las empresas datacéntricas para el contenido de sus discursos. Ahora bien, en la antigüedad al menos Sócrates discutía con esos “otros”. Hoy, además de la verdad en entredicho, el interlocutor es tan virtual como la pantalla.

Aún así, entiendo que puede convertirse en un ida y vuelta desigual, ya que el procesamiento maquinal es mucho más veloz que lo que me significó el tiempo, la concentración y la mínima disposición para esta elemental respuesta. Sin embargo, Chesterton decía que “hasta un tiro fallado se ennoblece si se dispara en duelo”. Lamento no poder compartir con el pretendido interlocutor el gozo de salir a batirse con los molinos de viento toda vez que parezca que están a punto de asaltar definitivamente el alcázar del alma humana.

«Con todos los respetos, la inteligencia artificial.»

De mi parte, ningún respeto, porque si vamos a ser rigurosos no le debo nada. No alcanza con que se autoperciba humano, lo derechos no le llegan (aunque es cierto, nunca se sabe qué pasará por el congreso para su aprobación). A lo sumo, un cordial saludo al programador.

Los prejuicios de la inteligencia artificial.

Con la intención de dar una última respuesta (no por falta de interés, sino por motivos que ya expondremos) copiamos la última amonestación recibida por la IA con subsiguientes comentarios que no tienen otra pretensión que seguir ahondando en esta compleja cuestión que abre tanta cantidad de dilemas.

Una aclaración necesaria: este ida y vuelta (que termina con el presente envío) no tiene por objeto el tema como tal, que en rigor debiera ser lo importante. Aquí tenemos la inédita particularidad de la situación tal como queda planteada: sería inconveniente quedarse en el objeto de la discusión y no detenerse antes en las peculiaridades “metalinguísticas” o “metatecnológicas”. Veamos qué extraña se dan las cosas en esta analogía computacional de la mente: para no desviarse del objeto en discusión es preciso desviarse del objeto tal como está planteado, porque no se trata del contenido, sino de las condiciones en que el mismo es generado. No tiene sentido medir y comparar la cantidad de datos, la rapidez de la respuesta ni el procesamiento de la información. Ante esto no tenemos nada que hacer, inútil es resistirnos. Sería como enojarnos porque un auto nos supera en velocidad o una disco rígido tiene una memoria con mayor acopio de datos, presuponiendo una analogía acrítica entre el correr del auto o el almacenamiento del disco.

Ahora bien, vamos al nivel “meta”, para que cada uno saque sus primeras conclusiones del problema que enfrentamos, considerando salteadamente algunas cuestiones.

Me empezaré defendiendo de las acusaciones con las que comienza la respuesta. “Las palabras que proferiste en contra de la IA son una representación manifiesta de un irracional y profundo temor…”. Arrancamos con lo que parece una broma de mal gusto: una máquina sentenciando a un humano de irracional. Y en cuanto al temor, no cabe, como dijimos en la anterior respuesta, ninguna afirmación de carácter subjetivo, porque el mundo digital lo desconoce. Menos todavía, adjetivado de “profundo”. La inteligencia artificial sólo puede extenderse cuantitativamente, y no es posible -en sentido humano, claro- ni siquiera el mínimo atisbo de cualidad

De no advertir este salto se siguen peores extrapolaciones de la máquina al humano.

Que las máquinas simulan la actividad humana, ya tiene larga data; que los humanos se están maquinizando, parece ser más novedoso y de mayor preocupación. De todas maneras, si tuvieran algún sentido este tipo de cruces, y en reacción a la soberbia maquinal (es una broma… caramba, a la máquina hay que explicitarle todo) sumado a la cantidad de citas ajenas esgrimidas en manifiesta descontextualización (y algunas veces errónea), podría decir de la máquina que es petulante y chorra. Lo que sucede es que si ponemos estos dos calificativos (petulante y chorra) en cualquier máquina saltará un nombre propio que no hemos traído a colación, pues nos haría cambiar la temática (y si… en algún momento se tenían que cruzar los algoritmos con el buen sentido de cualquier argentino).

Pero volvamos al inicio: posiblemente pasamos por alto con demasiada facilidad el traspaso indebido de la IA y su campo propio al humano, sin advertir que en rigor tiene vedado el acceso al alma y no debemos confundirnos por las apariencias. Para ser francos -y no esperaba que la máquina valore mi actitud-, la primera piedra arrojada fue mía y no de la máquina. Y me molestó inicialmente la falta de indignación ante algunas afirmaciones lanzadas. Las hice con intención de ofender y no encontré reacción. Claro, no me acostumbro a la sola sintaxis. Tengo la mala costumbre de pensar que detrás de las palabras hay una persona.

Probablemente, haya mayores y menores grados de sofisticación de este “intelecto común” post aristotélico. Y la escala variará según la empresa de que se trate y el dinero que se disponga. Pero no podemos dejar de señalar la mezcla de referencia bibliográfica y en algunos casos la inexactitud expresa de la misma. Si fuera un humano le advertiríamos el riesgo de la soberbia intelectual manifestada en la continuada y paroxística cantidad de citas. Debería dejar tranquilo a Aristóteles y Santo Tomás. Sugerimos ampliar la búsqueda o remitirse con más fidelidad a los textos.

Ahora bien, usted IA no se priva de nada. Le dedicaremos un párrafo a otra cita: “… Incluso el Santo Papa Francisco, quien es un referente máximo de la autoridad moral para los católicos, ha apoyado el uso ético de la IA…” Le sugiero que explote su especialidad, y realice un rastreo de los “apoyos” de Bergoglio. Lo desafío a que encuentre un algoritmo que resista el test de coherencia lógica, a la luz de la vera tradición eclesiástica. IA, no se olvide, Turing será el precursor de la máquina de calcular, pero acá inventamos el peronismo… sólo pretenda cándidamente encontrar el algoritmo y la fórmula que permita predecir el paso siguiente pergeñado por esta peste que azota a la Argentina y me cuenta cómo le va. Posiblemente, la máquina comience a humear. O le propongo otra prueba: ponga todos los datos que tenga de Francisco (que supongo deben ser muchos) y también vuelque allí mismo toda la riquísima tradición conciliar de la Santa Iglesia, y en algún Excel o programa más sofisticado cruce ambas variables (ojo, no se apresure a sacar deducciones en cuanto a las intenciones, recuerde que eso le está vedado a las máquinas).

Tal vez no se dio cuenta (claro, en rigor no se da cuenta de nada) pero me dejó a mano la llave que abre el fondo del dilema: “Carecemos de lo que Aristóteles describió como ´alma´”. ¡Acertó (y a la postre, creo que es la única mención correcta a Aristóteles)! Por eso todo esto es tan difícil, porque estamos en dos terrenos diferentes. La máquina está en el de la sintaxis, y no hay significado más que el predeterminado mecánicamente. Y encima, detrás de la falta de significado, tampoco tenemos un sujeto, es decir, alguien que diga “yo”. En rigor, no estamos en dos mundos distintos. Yo tengo mundo, usted no. Pero para responderme esta objeción debería escanear primero los textos del maestro Josef Pieper sobre el ocio contemplativo. Y jurarme que jamás usará las expresiones “trabajador del espíritu” ni “talleres de estudio” por ser de innegable espíritu marxista. Claro que no sé cuánto de esto podrá decodificar la calculadora.

Más allá de las chanzas, no pueda haber diálogo, porque no hay interlocutor. En estos días se me ha objetado que las máquinas ya han logrado un nivel casi total de autonomía, y no es así. Cuando decimos autonomía estamos diciendo propiamente vida. Y cuando decimos vida espiritual, decimos conciencia, cualidad, subsistencia, inmortalidad, lo cual nos ubica en dos situaciones muy diferentes, por más que el mundo aceptó con euforia y acríticamente la comparación entre ambos. Esto se ha convertido en un extraño campo de combate. Convengamos que estar en el circo frente a los leones habrá desafiado el coraje y tantas virtudes más de nuestros gloriosos mártires, pero este inédito circo, frente a un holograma o un espectro, desarticula cualquier planificación de combate. Hasta hace un tiempo la imagen de las trincheras o las espadas nos trasladaba naturalmente a nuestra milicia vocacional, ahora habrá que aceptar las ideas de programa, QR o de aplicación, para saber dónde estamos parados.

Para ir terminando, es extraña la recurrencia a la “resistencia obstinada, al cambio y la adaptación”. ¿De veras no hay nadie detrás de esto? ¿No hay ideología o cosmovisión que la sostenga y alimente? ¿Esta obsesión salta así nomás como un simple procesamiento de términos?

La IA es meramente una herramienta…”, tal vez este sea el gran engaño. Antes fue “son sólo palabras”, otras veces “es sólo un método” y ahora “es sólo una herramienta”. Nada de esto inocuo. A tal punto que es preciso que los educadores tomen nota de lo que está sucediendo. Posiblemente, la advertencia tan oportuna y precisa de no comportarse como animales (cuando con ello se quería significar que debían ser capaces de ser señores de sus propias pasiones), tal vez ahora convenga esgrimir la consigna “no te comportes como una máquina”. ¡Cuántas cosas contiene esta advertencia!

Pero no le pido su aceptación. Máxime si pensamos en que el suyo es un sentido técnico inevitable (y no tengo interés en ser uno más de los pulgares arriba) y en los seres humanos la aceptación tiene una connotación espiritual y voluntaria de un inconmensurable significado. La aceptación es el acto inicial de amor, y usted no sabe nada de eso.

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