CONTEMPLATA ALIIS TRADERE (segunda parte)

Opinión-Política

por Nazareno Demonte

Para quienes hayan llegado hasta el final del relato en mi primera entrega, urge una aclaración importante en orden a no confundir los tantos, ni a desviar la atención del asunto entre manos, ni a ser injustos con el Libertador.

Muchos, impactados por el poder de las iniciales que resumían, de algún modo, la respuesta completa (tan vasta y tan simple a la vez) que el General San Martín quiso dar a mi pregunta, imaginaron en él un enojo contra mí o contra algún otro, y que las mismas iban dirigidas hacia mi persona o hacia alguna otra. «¡Qué falta de caridad de su parte!», pensaron muchos de ustedes. Y lo cierto es que de ninguna manera sucedió así. Sólo que, probablemente, no he sabido expresar bien esa experiencia tremenda y fascinante. San Martín estaba transfigurado de furia. Pero su ira no me tenía a mí por objeto, que hice la pregunta. Tampoco a quien la formuló inicialmente y motivó mi visita al General. Ni siquiera al candidato liberal, por quien le preguntaba. Era una ira que trascendía cualquier coyuntura y no apuntaba a tal o cual payaso, sino al circo mismo. Era su odio hacia el liberalismo, colado en las filas de su ejército. Y su expresión fue bien castellana, no nos escandalicemos. Y tan firme y resuelta fue, que no me dejó lugar a dudas: no se trataba de fulano o mengano; sino de no entrar en el maldito circo. De no caer nuevamente en la trampa que había hundido a nuestra Argentina, sumiéndola en la miseria, reduciéndola a una colonia. Es como si me hubiera querido decir: «¿No te das cuenta? ¿No ves que tu pregunta no tiene ni ton ni son, y que ya es hora de sacudirse esas cuestiones y de echar de una buena vez al diablo esta abominación que se llama sistema democrático?»

Inmediatamente (aunque como ya les dije, todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos), desfilaron por mi imaginación las pequeñas preguntas del subconsciente católico colectivo: «¿Y si no votamos, no recibiremos una multa? ¿Podremos salir del país cuando queramos? ¿No nos meterán presos? ¿No es nuestro deber cívico votar?», y un sinfín de nimiedades del mismo estilo que se desvanecían, cual fantasmas inconsistentes, ante la figura enorme, magnánima del General San Martín. Asombraba ver el contraste entre la entidad que nuestra pusilánime visión le da a esos fantasmas y el desprecio infinito con que el Libertador las pulverizaba (no puedo afirmarlo con absoluta certeza y sin temor a equivocarme… pero creo haber escuchado una enorme carcajada justo en el momento en que el sufragio universal era considerado una obligación civil). Su inmensa grandeza y su noble hidalguía no reparaban en perjuicios cuando de obrar rectamente se trataba. Sentí vergüenza…

Hasta aquí mi relato y la aclaración. Mi esfuerzo contemplativo desplegado en el ejercicio que les cuento podrá resultar inútil para muchos. Ya lo advertí: es algo que no cuadra en el esquema activista. Esa es su dichosa condición. No busca nada, ni seguidores, ni que me den el «like». Sin embargo, a mí me bastó por completo para resolver la aporía acerca de lo que tengo que hacer en las ocasiones en que el gran circo se despliega cada tantos años. Y me alegro si al menos a uno lo ilumina un cachito.

 

Ahhh, ya me olvidaba!! Después de las PASO hice un ejercicio similar a este, pero visitando a Don Juan Manuel de Rosas en su estancia de Southampton. El asunto que me llevó hasta allí fue poner a consideración del Restaurador qué convenía hacer en adelante con la guita, para no perder e incrementar los haberes: si comprar dólares o ponerla en plazo fijo. Atesoro la experiencia en el alma, pero aún no la he llevado al papel.

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