por Nazareno Demonte
Habiendo escuchado en una penosa entrevista, de boca de un reconocido sacerdote bien peinado, y dicho de manera ni muy muy ni tan tan, que era lícito al católico elegir en las pasadas elecciones al judío Javier Milei, me determiné a realizar un ejercicio que considero prudente a la hora de tomar decisiones que atañen al bien común nacional. Ejercicio contemplativo, del todo ajeno al activismo reinante. Ejercicio que consiste en imaginarme cara a cara frente al General San Martín…
(llegados a este punto sé que muchos no pasarán adelante, creyéndome loco… será hasta la próxima entonces. Pero a quienes el racionalismo imperante no les haya secado la sesera aún, ¡adelante, pues!).
En su despacho mendocino, días antes de emprender la gloriosa marcha hacia los macizos cordilleranos, allí lo vi. Me dijo que pasara y me sentase, indicándome con su mano derecha una antiquísima silla de roble tapizada en color granate almandino. Me acerqué, y mientras me sentaba me preguntó qué asunto tan importante me traía por allí, justo en los días previos a la gran epopeya. Algo me decía que evitara esa cuestión, que hablara con él de otra cosa. Pero, por otro lado, hacer eso sería no ser sincero con él, pues con ese fin había recorrido la distancia que separa a Cuyo del Litoral. Tampoco parecía prudente callar y limitarme a observarlo, como si él nunca hubiera advertido mi presencia, o yo nunca lo hubiera escuchado. Ya estábamos allí: él escuchándome, y yo con algo para preguntarle. Así que avancé nomás, tímido y dubitativo, y sin vueltas le dije con voz entrecortada: Vine a preguntarle mi General…¿nos es lícito votar en las próximas PASO a Javier Mileikovsky (que así es su verdadero apellido)? Y lo que sigue ya no sé si fue en presencia de él o de camino a casa. Lo que sé es que fue terrible. Ocurrió de un solo golpe, en una milésima de segundo, y fue justo al ver sus llameantes ojos… Una furia repentina y visceral se apoderó de su rostro, el cual se tornó de inmediato de un color similar al de la silla en que yo me sentaba. Sentí la necesidad de invocar en mi favor a la tierra, para que al punto abriera sus fauces y me tragara sin dejar rastros de mi presencia, cosa que no ocurrió. Lo cierto es que, sin saber cómo, se infundió en mi alma como una especie inteligible en la que, de un sólo saque, capté la totalidad de la respuesta que me había dado el General en aquel momento. Imposible transmitírselas en palabras. Aunque si tuviera que elegir algunas iniciales significativas, serían estas: ¡QNTLC… LPMQLP!
Que San Martín me lo haya dicho más o menos así, son libres para creerme o no. Yo lo viví, a mí nadie me la cuenta.
2 Responses
¡Qué contraste entre la visión del Gral. San Martín (felicitaciones al autor de este relato) sobre la causa de los males de nuestra patria y la entusiasta ingenuidad de quienes aún creen vislumbrar una salida siendo partes activas del sistema que atenaza a la Argentina desde hace largas décadas! ¿Será que se sumarán también estos últimos a los que festejan los 40 años de democracia? Y si no lo hacen…¿Qué les impide aún advertir la raíz de nuestros males políticos? ¿Realmente creerán que al liberalismo se lo combate con más de lo mismo? Extraña incapacidad para sostener hasta las últimas consecuencias los principios que dicen enarbolar…
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