por Marcelino Lastra
Libertad, igualdad, fraternidad; la tríada masónica por excelencia. Fueron poco originales los hijos de la viuda. Aquellos términos —como tantos otros— adquirieron su carta de naturaleza más elevada con el cristianismo católico.
La libertad procede del libre albedrío otorgado por Dios a los hombres, limitado por el marco constitucional —por utilizar un lenguaje moderno— de los Diez Mandamientos. Eran tiempos en los cuales era fácil distinguir los límites del libre albedrío.
La igualdad nace de que todos somos hijos de Dios, por tanto, nadie es más que nadie, independientemente de la posición social. Esta igualdad de origen conlleva el concepto de dignidad humana: Cualquier persona por el mero hecho de serlo es portadora de una dignidad intrínseca; si todos somos hijos de Dios y Él nos ha creado a su imagen y semejanza, no podía ser de otra forma.
La fraternidad es la consecuencia lógica de que todos somos hijos del mismo Padre. En la práctica, significa la obligación de ayudar al prójimo. A la caída del Imperio Romano, esta hermandad tuvo dos claras manifestaciones: La ayuda mutua entre los miembros de las comunidades que fundaron pueblos, villas, aldeas por Europa y la integración de la ingente cantidad de esclavos que no sabía qué hacer con su libertad después de haber vivido en esclavitud durante generaciones. Este fue uno de los grandes desafíos del cristianismo en la Alta Edad Media.
Una única ley, un solo mandamiento, lo resumía todo: Ama al prójimo como a ti mismo; es decir, no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.
Cualquier persona sabía el significado de la libertad, igualdad y fraternidad cristianas ¿Hay alguien, hoy, capaz de explicar, en pocas palabras, su significado? Miles de leyes y normas de diferente rango emanadas después durante siglos no han hecho otra cosa que sembrar confusión.
La posmodernidad, en su afán por romper todos los límites, creó sentencias tan absurdas como el prohibido prohibir del Mayo del ‘68; un oxímoron como un castillo. El mundo de la destrucción por la destrucción.
La deconstrucción llegó hasta los fogones de la mano de Ferrán Adriá. Ya no se trataba de saber cocinar una tortilla española, sino de deconstruirla. Este pensamiento y sus consecuentes modus operandi sólo podía desembocar en la continua deshumanización del otrora hombre creado imago dei.
Una de las últimas manifestaciones —una más— a las que nos lleva el pensamiento deconstructivista nos la ofrece el Estado de California a través de su Dpto. de Educación y su compromiso con la igualdad. En nombre de la misma —la posmoderna, por supuesto—, ha tomado una decisión difícil de catalogar; para no perder las buenas formas la calificaremos simplemente de extravagante. La medida estrella consistirá en: «desalentar a los estudiantes superdotados en Matemáticas». En la web del citado Dpto. de Educación puede leerse el Mathematics framework, es decir, el programa marco sobre esa asignatura ¿Qué pretenderá semejante marco? Nada más y nada menos que «una educación matemática culturalmente receptiva». Evidentemente, a Gila, Les Luthiers, Faemino y Cansado, Tip y Coll, Martes y Trece, etc., les ha salido una dura competencia. El problema es que hablan en serio: «La evolución de las matemáticas en los entornos educativos ha dado lugar a dramáticas desigualdades para los estudiantes de color, las niñas y los estudiantes de hogares de bajos ingresos.
»Los itinerarios de Matemáticas deben abrirlas a todos los estudiantes, eliminando el seguimiento que limite las opciones». Es decir, eliminar las clases avanzadas.
Todo es una burda excusa para degradar la enseñanza. Una de ellas es dar por sentado que un alumno por el hecho de ser niña, negro o de un hogar humilde está genéticamente condenado a no ser superdotado. Por tanto, la solución igualitaria es castrar las facultades de otros superdotados, ya que, al parecer, según su catecismo ideológico, la inteligencia fuera de lo común es privativa de los ricachones. Todos sabemos que los ricos de verdad jamás llevarán a sus hijos a un colegio así.
Señoras y señores, estamos en camino de prohibir a los genios ¿Todos los genios? No. Sólo los pertenecientes a las clases inferiores a las mega élites.
¿Por qué? Sencillamente, un genio no surgido de la élite dirigente puede incomodar, ser molesto. Su educación debe ser mediocre, incluso para los superdotados. Poco a poco, se va imponiendo el paradigma de Bertrand Russell; el de los dos modelos educativos: uno, para los hijos de las clases rectoras; otro, para los demás. Los segundos nunca deberán saber lo que estudian los primeros y a aquellos se les enseñará que la nieve es negra y quienes se nieguen a aceptarlo sufrirán la marginación de sus propios compañeros, que los señalarán y calificarán de excéntricos. No lo digo yo, lo dijo el propio Russell, premio Nobel y notable miembro de una asociación lúgubre y manipuladora llamada Sociedad Fabiana; la misma que a través del Foro Económico Mundial ha diseñado la Agenda 2030.
Otra vez la Agenda de marras. Hoy, dicho plan es el principio y fin de toda acción de gobierno. Los ascensores sociales no interesan en el nuevo paradigma.
Las medidas deconstructivas se están ensayando a modo de prueba piloto en diferentes países. La Iberósfera es la peor parada, junto con Canadá y algunos territorios de EEUU como California.
Negar la realidad no la va a cambiar.
2 Responses
Excelente, breve y didáctico.
Gracias, Sebastián