El Pinta en Río

Cuento-Literatura

por MDM

El arco que permanece en tensión, se rompe. Por eso el Pinta decidió emprender un viaje de placer.

Su corazón fatigado necesitaba distenderse. Los últimos años no habían sido fáciles. Dios había concedido a los demonios licencia para oprimir.

A fuerza de aguante, misas clandestinas, rosarios públicos y peregrinaciones marianas, un pequeño resto fiel retrasó el día de la ira. Las cuarentenas fueron cesando, los bozales cayendo y la vida cotidiana recuperando cierta normalidad. El aire estaba más liviano.

El Pinta improvisó su mochila de montaña, la cargó de unas pocas cosas y se fue en un vuelo directo a Río de Janeiro.

Ahí se reencontraría con su amigo carioca, un orgulloso hincha y ex jugador del Fluminense, que asistía religiosamente a la cancha para alentar a su equipo. La última vez que se vieron fue el verano antes del comienzo de la “Gran Mentira”.

Este entrañable amigo tenía una curiosa historia de vida. Como Genta, se había convertido a la fe por medio de la lectura de Santo Tomás. Como San Ignacio, la ocasión fue una enfermedad que lo postró en cama unos cuantos meses; en efecto, para no perder la cordura y matar el tiempo se refugió en la lectura. Por intermedio de un amigo consiguió una valiosísima biblioteca que tenía entre otros libros las obras completas del Buey Mudo. Ese tesoro de cultura había pertenecido a un histórico convento.

Ahora sus monjes ya no perdían el tiempo en lecturas medievales que atrasaban. Habían adecuado su espíritu al magisterio infalible del Concilio Vaticano III. La obediencia les exigía estar cerca de los excluidos, establecer tiendas de campaña en todos los lugares para llevar el mensaje supremo: el cuidado de la casa común. Su lugar predilecto eran las playas LGTB+ y los interminables carnavales, a los que asistían en sunga y con caipiriña en mano, para estar más cerca y brindar su apoyo (literal) a los más vulnerables. Presidían oraciones públicas pidiendo por la conversión de los demonios y por la canonización de Judas Iscariote, al que se le debía veneración por su decisiva participación en el cumplimiento de las Santas Escrituras.

***

Una vez hecho pie en Río, el Pinta recordó por qué le gustaba tanto esa ciudad. Sin dudas, la ciudad natural más linda del mundo.

Levantada entre majestuosos morros y bañada por playas paradisíacas de agua cristalina, está coronada con un inmenso Cristo Redentor en la cima del cerro Corcovado. Tiene una vegetación bien colorida y agresiva, que avanza permanentemente devorando todo a su paso. Sólo el esfuerzo permanente del hombre evita amanecer en el estómago de esta inmensa planta carnívora.

Entrada la noche, y ya establecido en un austero hotel de Copacabana a una cuadra del mar, el Pinta decidió irse a descansar. Estaba agotado por el viaje y quería estar fresco para la juntada con su entrañable amigo. Colocó un par de granos de sal exorcizada en la mesita de luz, apagó el velador e ingresó en el mundo de los sueños.

***

Al amanecer, tras un suculento y variado café da manhã, el Pinta se pidió un Uber a Barra de Tijuca. Era un día verdaderamente católico.

Al llegar al punto de encuentro, esperó a su amigo en un bar que estaba ubicado entre un imponente morro y el mar. Una vista espectacular.

Mientras observaba por el gran ventanal a una familia de macaquinhos haciendo piruetas en un poste de luz, siente una palmada en la espalda.

Estimado amigo Pinta, ¡bem-vindo!

Yaruto querido! Un prazer volver a verte. Se estrecharon en un abrazo y enseguida, Yaruto, con una sonrisa carioca señaló la salida.

Amigo, Río es una ciudad solar, pongamos vitamina C sobre nuestros cuerpos. Tengamos una conversa peripatética.

La costanera y la playa estaban llenas de personas haciendo deportes o simplemente disfrutando. De fondo se veían los cerros cargados de vegetación de un intenso verde.

La naturaleza hecha por las manos de Dios es esplendorosa. Mirar la belleza es una terapia —dijo Yaruto.

Justo lo que necesitaba mi espíritu —dijo el Pinta—. Fueron tiempos recios.

Mi amigo, el temor quita el amor y la esperanza . Y no se puede vivir sin ellos, y el Enemigo lo sabía muy bien —dijo Yaruto.

Luego de una intensa caminata con subidas y bajadas decidieron descansar un poco.

Brasil no es un país para mayores —dijo Yaruto que rozaba los 60 años—. Sentémonos un rato.

Yaruto pidió un par de cocos helados para reponer energías y calmar el calor de Río.

Y acá cómo se vivió el “Gran Engaño” —preguntó el Pinta.

Mi amigo, en Río el espíritu carnavalesco nos salva; las leyes no son observadas —contestó Yaruto.

Y prosiguió.

La topografía de la ciudad no permite los tiranos. Cómo van a impedir a las personas de las favelas descender desde los morros. Acá en Río, yo tengo mucha fe en el desorden de las personas. Hasta el mismo diablo queda atrapado en la burocracia de esta ciudad.

El Pinta se rió con el análisis sociológico de su amigo, pegó un sorbo profundo a su agua de coco y reflexionó.

Todo lo que sucedió es un gran misterio… el silencio de Dios puede llegar muy lejos.

Mi amigo, Dios escribe en línea recta que nosotros vemos con los ojos torcidos —dijo Yaruto.

El Pinta guardaba en su mente y corazón la sabiduría de su eutrapélico amigo. Mientras tanto retomaron la caminata y comenzaron la subida hacia el mirador de un conocido morro.

¡Mira la belleza de la naturaleza mi amigo! ¡Río es la mejor ciudad del mundo para una persona ser infeliz! —dijo Yaruto con el entusiasmo de un niño que ve por primera vez el mar.

El Pinta atrapado por la belleza del entorno se dedicó a contemplar. Un éxtasis se apoderó de todo su ser y sintió cómo su cuerpo y alma se vigorizaba.

Luego de un inolvidable día, ya caída la noche en Río, los amigos acordaron una juntada en el Café Esch de Leblón, una tienda de cigarros donde se permite echar humos al aire y probar exquisitas bebidas espirituosas.

***

En Río debe ser muy difícil tener presente las “últimas noticias”. Es una ciudad con muchas seducciones. Hace parecer que las cosas no están tan mal después de todo —dijo el Pinta mientras hacía círculos de humo con su boca.

Concuerdo mi amigo. Pero Dios se las arregla para tener en tensión hacia Él incluso a un carioca practicante como yo.

¿Una especie de espina Paulina? —preguntó el Pinta.

Algo así mi amigo. Yo soy una broma de Dios. Dios ha hecho de un futbolista carioca, que aprecia el samba, un estudioso de Santo Tomás.

Y tras hacer un fondo blanco siguió.

Es un misterio que con tan buenos tomistas y profetas, Argentina haya perdido la fe.

Y es un misterio también que haya dado tantos seudoprofetas —agregó el Pinta.

Infelizmente la Iglesia se ha convertido en la gran anunciadora de la gran fraternidad universal de tipo masónica —dijo Yaruto.

Y prosiguió.

Hay una posmodernidad que es literalmente una poscristiandad. No hay futuro, es un proceso apocalíptico cuyos desarrollos no tenemos cómo detener. Es una metástasis. La Cruz es un crimen.

Sí, se puede percibir fácilmente una suerte de “Verifobia”. Después de todo Cristo se definió como la “Verdad” misma —acotó el Pinta en defensa de su neologismo.

Yo que me siento más cómodo en terreno metafísico prefiero llamarlo “Serfobia”. Después de todo Dios dijo a Moisés “SOY EL QUE SOY”. Este rechazo del “Ser” es la actitud típica del posmoderno.

El problema principal son los “nuestros” —afirmó el Pinta—. La corrupción de lo mejor es la peor de las corrupciones.

Así es mi amigo, muchos están en la fe pero no tienen fe —dijo Yaruto.

Los amigos siguieron conversando de todo un poco y especialmente se dedicaron a beber por la alegría del reencuentro y de la amistad.

Casi entrado el amanecer se despidieron. Caminando con cuidado porque el piso estaba mareado, Yaruto se fue a su casa cantando un samba.

«Tristeza, por favor vá embora

Minh’alma é que chora,

Está vendo o meu fim.

Fez do meu coração a sua moradia, já é demáis o meu penar.

Quero voltar àquela vida de alegria, quero de novo sonhar».

El Pinta imbuido de la alegría carioca se fue para su Pousada. La semana siguiente iba aprovechar para conocer nuevos lugares paradisíacos para seguir nutriendo su alma de la belleza de la creación.

***

Playas vírgenes de agua turquesa, amaneceres y atardeceres que bien podrían haber sido los del Edén antes de la caída, el agua helada de coco y unas buenas caipirinhas, hicieron un buen trabajo en el alma del Pinta. Su viaje iba llegando a su fin. No sin antes hacer una despedida con su amigo carioca.

Se encontraron en una especie de parrilla donde servían la mejor picanha de Brasil. Hacía mucho calor y la humedad se sentía muy fuerte.

Dos chope por favor —indicó Yaruto al mozo.

Se va terminando el viaje amigo. De nuevo a la triste realidad —dijo el Pinta con un poco de nostalgia —. Pero agradezco a Dios los momentos compartidos. Me vuelvo animado.

No tiene que perder la esperanza mi amigo. Siempre pienso en los santos como personas que se ríen de las cosas, porque no se toman la vida ni a ellos demasiado en serio.

Y siguió.

Ganar es contingente luchar es necesario. Es una obligación…hasta la victoria final.

Así es amigo. Hoy parece que la lucha se cifra en la resistencia. Como decía el cura loco, no ser vencidos —dijo el Pinta.

Con certeza mi amigo. Delante del mal nos cabe decir siempre “no”, porque la civilización está hecha de profilácticos “noes”… aun cuando la carga de defender la verdad sea pesada.

Tras una larga charla y unos cuantos chopes, Yaruto acompañó a su amigo hasta un Uber para ir al aeropuerto.

Mientras caminaban por la costanera a un grupo de niños que jugaban futebol se les escapó la pelota hacia la calle. Yaruto se dirigió rápidamente hacia el esférico con los ojos brillantes, dominó ágilmente la caprichosa, hizo unos jueguitos, y ante la atenta y jubilosa mirada de las crianças, realizó un gesto técnico que puso el balón en su espalda, lo volvió a empujar para arriba y antes de que caiga al suelo metió una rabona que se clavó entre los palos del improvisado arco. Los pequeños sonrientes aplaudían y le gritaban ¡Craque! a este particular carioca, que gustaba del samba, del fútbol y de Santo Tomás de Aquino.

Llegada la hora el Pinta tomó su vuelo. Mientras miraba desde lo alto el cielo limpio y azul, y gozaba retrospectivamente de su viaje, una idea peregrina se instaló en su mente.

«Cuando dos o más se junten en Mí Nombre, Yo Estaré en medio de ellos».

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