Muero contento, hemos batido al enemigo

Opinión-Política

por Marcelo Zarlenga

¿Quién era el enemigo aludido por el glorioso Sargento Cabral? No era España y menos aún la Hispanidad, como una historia fullera procuró hacernos creer. Antes bien, el enemigo era una mezcla nauseabunda de liberales y masones que, a caballo de un monarca indigno, aherrojaban a la España vera con doctrinas contrarias a su esencia, las cuales pretendían imponer en estas playas. El conflicto era entonces, como en definitiva lo son todos, de índole espiritual y no económico. Se trataba de suplantar el alma hispana y cristiana, introduciendo los gérmenes pestíferos de la Modernidad, y no simplemente desmantelar el “monopolio” y “emanciparnos”, como se repite machaconamente en los manuales destinados a deformar a los escolares.

De allí la justificada y sin duda sincera alegría de nuestro héroe al culminar su paso por este mundo, disponiéndose a recibir el premio de su entrega, en una época en la que Dios, Jesucristo, Nuestra Señora, Cristiandad, eran palabras preñadas de sentido. Una época en la que exhortar a alguien a refugiarse, sea por miedo o pereza, en el “mal menor” hubiera configurado un insulto digno de ser respondido con un reto a duelo. Por el contrario, estos arquetipos que forjaron la argentinidad sólo aspiraban al Bien Mayor: los principios innegociables por delante y a aguantar lo que viniera. Aristóteles llamó magnanimidad a esta virtud, y fue fragua de héroes, santos y mártires. El “mal menor” por el contrario, gestó tenderos de balanzas falsas, politiqueros de comité, ciudadanos apocados y timoratos o confusos y estrambóticos mininos disfrazados tosca y patéticamente de leones.

Es que el coraje no era en nuestros albores simplemente el fruto de una recta educación en las virtudes naturales, lo que no es poco, sino de una firmísima creencia en la vida eterna, en lo provisorio de la presente y en que hay cosas por las que vale la pena padecer y hasta morir. Como dijera bellamente Leonardo Castellani:

Dichoso aquél que muere por su casa y su tierra.

Pero sin haber hecho dolo ni fuerza injusta,

Dichoso aquél que compra su tálamo de tierra,

Que compra con su sangre la cama eterna y justa.

Dichoso aquel que muere por la cosa solemne,

Aunque sea más chica que un granito de anís.

Dichoso aquel que muere para que siga indemne

La vida de un niñito, la gloria de un país.

Dichoso aquel que muere por la Cosa Perenne,

Por un Santo Sepulcro, Dulcinea, Beatriz,

O por un sol en campo de color cielo y Lis.

En síntesis, entonces, la muerte es bien recibida cuando se llega a ver concretado el ideal que dio contenido a una vida entera.

Lo propio que al Sargento Cabral le ocurrió a Henry Kissinger, —bien que uno como arquetipo de la Cristiandad y el otro de su opuesto—, quien dilató su existencia de manera inusual, porfiando en aferrarse a la vida terrena hasta ver consumado su triunfo mayor. Sabido es que el ex Secretario de Estado de Richard Nixon fue uno de los promotores del luego denominado Nuevo Orden Mundial (NOM), cuyos perfiles salientes son los siguientes: 1) eliminación de la Religión Verdadera y su sustitución por un culto terreno idolátrico: 2) desaparición de las naciones, de las patrias, y constitución de un Gobierno Mundial totalitario, inspirado por los principios inmanentes derivados de “1)”.

El lapso de la denominada “pandemia” puso de relieve los avances logrados en tal sentido en las últimas décadas. El “informe Kissinger” que propone salvar al planeta aniquilando a los pobres —con aborto incluido, naturalmente— queda hoy casi como una curiosidad histórica al lado del feroz y exitoso ensayo padecido en el mundo durante los años 2020 y 2021.

Sin embargo, en el lejano Sur una nación hija del león –éste si auténtico— hispano, se resistió siempre tozudamente a disciplinarse tras las huestes de la Ciudad Mundana, para seguir fiel a la Ciudad de Dios, hablando en clave agustiniana. Y el último gran ejemplo de ello fue la Gesta de Malvinas, suma y coronación de todas las virtudes.

Cierto es que se perdió la batalla, pero esa aparente derrota trae a la memoria aquella que preludió al definitivo triunfo de la Resurrección. Dios premia siempre a sus fieles, a quienes le son leales, sin amedrentarse por las consecuencias que ello pudiera acarrear. Como oí decir de joven a un sacerdote salesiano: “Dios siempre paga bien”.

No obstante, pese a ese glorioso zarpazo, el proceso de confusión que inició en su momento el liberalismo (“damajuana de vino en una jaula de monos”, al decir de Castellani), continuó intoxicando las mentes y las voluntades y culminó en las recientes elecciones en las que, contra toda expectativa, se produjo la gran paradoja que seguidamente desgrano: los nacionalistas votaron por quien dice que la Patria es “la libertad” (ya sabemos entendida de qué manera), los malvineros de corazón votaron a quien propala y se enorgullece de su admiración por Margaret Thatcher, los padres de familia que combaten la ESI votaron a quien se jacta públicamente de haber conformado tríos y de su “profesorado” de sexo tántrico, los militantes provida votaron a quien se pronunció como favorable a la eutanasia y propuso someter la vida por nacer a la lotería de un plebiscito, los divulgadores de videos y libros destinados a combatir el espantoso rostro del posthumanismo votaron a quien propone colocarnos chips para aumentar nuestra inteligencia y superar el “tosco lenguaje” (sic) que actualmente utilizamos, los impugnadores de la “casta partidocrática” votaron a quien se alió con Barrionuevo, Bullrich, Scioli, Macri, Caputo y un interminable etc. para satisfacer su ambición y acceder a la presidencia (eso sí, salpicando aquí y allá con algún provida o promilitar como para conformar a la derecha caniche, que algunos votos también aporta), los católicos, en fin, votaron a quien niega a Cristo y califica a la venerable y más que centenaria doctrina social de la Iglesia como una “aberración”.

En una palabra, apoyaron la entrega sin lucha de todos nuestros valores fundacionales a un felpudo de los poderes transnacionales contrarios a nuestro ser. El triunfo más completo de Kissinger & Cía., plasmado el miércoles 29 de noviembre en la asamblea legislativa que consagró la fórmula presidencial. Ese mismo día, entonces, el padrino de todos los engendros, desde el Trilateralismo al NOM y la agenda 2030, vio quebrado el último eslabón de resistencia a su demoníaco proyecto y, satisfecho, partió sólo Dios sabe adónde.

Le dedicará un fanal

La Historia, ni qué decir

Si el pobre ha acabado mal

De mucho le va a servir.

L. Castellani 

Post scriptum: La resistencia seguirá, no obstante esta comunitaria rendición, así sea a la manera de los “cristóbolos” de los que da cuenta el P. Leonardo en Su Majestad Dulcinea

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4 Responses

  1. Sr. Zarlenga: de acuerdo con la inmensa mayoría de lo dicho, salvo que los nacionalistas votaron a Miley. Será los que hace años se dicen tales y son simples conservadores, liberales y gorilas y que siempre han estado en el nacionalismo «en el medio como el jueves» retornando: ahora se sacaron la careta.

  2. Ni un solo comentario de los pastores sobre esto que usted tan precisa y elegantemente expone. En mi pueblo pedí al sacerdote párroco que hiciera evidente todos los ataques a la vida que cargaban esta runfla de políticos para evitar que sus ovejas pisen el palito.
    En el norte hay un yuyo que se llama Mío Mío que es lo único que permanece verde durante el invierno y es venenoso.Le pedí que advirtiera a sus ovejas hambrietas de cambio que no coman de las ofertas de» alimento» que ofrecían los candidatos pues todos eran Mío Mío.
    Por toda respuesta me indicó que era una responsabilidad civil el ir a votar y que el participaría del suicidio de las papeletas.

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