La pérdida de la razón en la revolución protestante III

Filosofía-Historia-Religión-Teología

por Luca Gallinati

Efecto del pecado original

Ahora bien, antes habíamos dicho que Lutero partía de una errada concepción de las consecuencias del pecado original. Por eso mismo es menester consultar al Angélico que sentencia nos da. Él mismo puntualiza que el pecado original no infecciona de la misma manera a la voluntad y al intelecto. De hecho, en el sed contra del artículo tres, de la cuestión ochenta y cinco, aludiendo a Anselmo, dice que la justicia originaria radica en la voluntad, pues refiere a la rectitud de esta. Y ya en el corpus argumenta que: «En la infección del pecado original hay que considerar dos cosas: 1) su inherencia al sujeto; y en este sentido se refiere en primer lugar a la esencia del alma, como hemos dicho (a. 2). 2) En segundo lugar, hay que considerar su inclinación al acto; y de este modo se refiere a las potencias del alma. Luego, debe referirse primariamente a aquella (potencia) que tiene la inclinación primera a pecar. Y esta es la voluntad, como es claro por lo dicho anteriormente. Por consiguiente, el pecado original primariamente se refiere a la voluntad» 1 Y contesta que si bien el entendimiento procede a la voluntad, es la voluntad la que, en este sentido, precede al entendimiento, a modo de la moción al acto.

Luego pasa Santo Tomás a explicar que nuestra naturaleza poseía tres bienes. En primer lugar, los principios mismos de nuestra naturaleza, y las propiedades causadas por ellas (con esto se refiere a las potencias del alma). En segundo lugar, la natural inclinación a la virtud. En tercer lugar, la justicia originaria. El primero, ni se suprime ni disminuye con el pecado original. Pero el tercero sí que se perdió. El segundo, que está en el medio, queda disminuido, inclinado a pecar: «pues bien, el primer bien de la naturaleza ni se suprime ni se disminuye por el pecado. En cambio, el tercer bien de la naturaleza fue totalmente eliminado por el pecado del primer padre. Mas el bien intermedio de la naturaleza, a saber, la misma inclinación natural a la virtud, disminuye por el pecado. Pues, por los actos humanos se crea una inclinación a actos semejantes, según expusimos anteriormente. Mas por el hecho de que uno se incline a uno de los contrarios disminuye necesariamente su inclinación al otro. Por consiguiente, como el pecado es contrario a la virtud, por el hecho mismo de que el hombre peca, disminuye ese bien de la naturaleza, que es la inclinación a la virtud.»2

Pero también cabe preguntarse, a este respecto, si el pecado, que disminuye nuestra naturaleza, puede extinguirla. Y ahí, prácticamente, daríamos un golpe de gracia la postura luterana. Esta misma pregunta es la tratada en la cuestión 2 del artículo 5, de la parte que venimos tratando. Y en el mismo sed contra ya nos adelanta a su sentencia, citando a San Agustín cuando dice que: «el mal no está sino en el bien»3 . En otras palabras, si partimos diciendo que el mal es una deficiencia, una ausencia de bien (porque sino, tendría acto de ser, y Dios no puede crear el mal, pues le repugna a su naturaleza), la única forma de hablar de su existencia es en una eficiencia. Es decir, el mal se puede entender como una deficiencia y como una deficiencia en una eficiencia. Por tanto, si existe el mal, es porque algo bueno existe. Y es que lo que desaparece, en todo caso, es la justicia originaria (cosa que ya tratamos), y con la inclinación natural a la virtud se da una disminución, más no desaparición. Ni siquiera los condenados pierden la inclinación natural a la virtud, nota Santo Tomás, ya que: «en otro caso no habría en ellos remordimiento de conciencia.»4 Explica el Aquinate que la disminución no es por sustracción, sino por impedimentos en el fin. Claro que a medida que el hombre persevera en el pecado hay una disminución de la natural tendencia a la virtud, pero esto puede ser según la raíz o según el término. Y según la raíz no puede ser, porque el hombre, sin razón, deja de ser capaz de pecado. En palabras del Santo Docto: «por el pecado no se le puede quitar al hombre totalmente que sea racional, porque ya no sería capaz de pecado.»5 Y aunque la disminución fuese por sustracción, esta puede ser en cantidad o en proporción. De manera que no es lo mismo quitarle tallo a un árbol según cierta cantidad de metros hasta hacerlo desaparecer, que ir dividiéndolo en la mitad, y la mitad de la mitad, y la mitad de la mitad de aquella mitad. Esta forma puede proceder hasta el infinito, nota el Angélico.

Conclusión

Hay que decir que Lutero nos adentra en un mar de relativismo, no solo por el dogma-no-explicitado de la sola escritura, sino por su renuncia a la razón. Su pataleo contra la filosofía puede oírse aún hoy, en las voces de aquellos que claman que no es posible conocer la verdad. En la práctica, todo se reduce a muchas “verdades”, todas válidas, pero ninguna absoluta. El única absoluto es la ausencia de la verdad.

Lutero le saca al hombre la felicidad al sacarle la teología. Y es que, al sacarle la posibilidad de estudiar la sabiduría: «el más perfecto, sublime y provechoso y alegre de todos los estudios humanos. Más perfecto realmente, porque el hombre posee ya alguna parte de la verdadera bienaventuranza, en la medida con se entrega al estudio de la sabiduría. […] Más sublime, porque principalmente por él el hombre se asemeja a Dios, que ‘todo lo hizo sabiamente’, y porque la semejanza es causa de amor, el estudio de la sabiduría une especialmente a Dios por la amistad […] Más útil, porque la sabiduría une especialmente a Dios por la amistad […] Y más alegre, finalmente, ‘porque no es amarga su conversación ni dolorosa su convivencia, sino alegría y gozo’.»6 En definitiva, Lutero priva al hombre de la felicidad terrena y ultraterrena, porque la sabiduría nos causa felicidad aquí y nos prepara para la Gloria de Dios. Y es que, como nota el Estagirita tanto en su Metafísica como en su Ética, todos buscamos conocer7, todos buscamos el bien. Ambas cosas son distintas hojas de un mismo trébol. La búsqueda no puede ser infinita. Tiene que haber un bien último, tiene que haber una Verdad Primera. Y donde Aristóteles concluye que, dado que: «el acto de Dios, acto de incomparable bienaventuranza, no puede ser sino un acto contemplativo, el acto de humano más dichoso será el que más cerca pueda estar de aquel acto divino»8, pero sin llegar a la vida ultraterrena, Santo Tomás da un paso más y enseña que: «la bienaventuranza última y perfecta sólo puede estar en la visión de la esencia divina»9, porque el entendimiento no descansa hasta conocer el efecto de la causa. Y en esto consiste, justamente, la visión beatifica. Al ser la teología no otra cosa que la inteligencia de la fe, siendo efectivamente una ciencia especulativa, y al prepararnos esta para la visión beatífica, Lutero sí que ha causado un gran daño.

No así los católicos, que tenemos que estar a la vanguardia de la predicación de la Verdad. Así el Padre José Kentenich dice al Credo:

Creemos con certeza
Lo que nos dice la eterna Verdad;
Inclinamos, dóciles, el entendimiento
Y la seguimos con amor y obras.
La fe es la senda segura
Que nos mostró el Verbo;
Sólo quien reciba esta fe
Alcanzará salvación eterna.
10

Verdad, Verbo, fe. Todo va de la mano en Santo Tomás. La Verdad se reveló y también se alcanza por la razón, dando lugar a esa doble verdad de la que Él nos habla. Y por demás está decir que es razonable creer en esta Revelación. Santo Tomás aduce que es la única que fue acompañada con milagros. La predicación de la verdad fue acompañada: «con señales claras, dejando ver sensiblemente, con el fin de confirmar dichas verdades, obras que excediesen el poder de toda naturaleza». A esto, podemos también tomarnos el atrevimiento de añadirle concretamente la resurrección de Jesús, portento poderosísimo. Ante estas “credenciales”, como ante los títulos que avalan los estudios de alguien, es razonable creer. Y este tesoro entre manos es preciso compartirlo con todo el mundo. Si alguno pretende ser sabio, que tome el consejo de Santo Tomás: «Luego así como lo propio del sabio es contemplar, principalmente, la verdad del primer principio y juzgar otras verdades, así también lo es luchar contra el error.»11

Surja Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
Surjan la Bienaventurada Virgen María
Y todos los ángeles [invocando especialmente a San Miguel] y santos,
Se dispersen sus enemigos
Y huyan de su presencia
Los que los odian.
Amén.
Padre Kentenich
.

Bibliografía:

  1. Sáenz, A. (2005), La Nave y las Tempestades: VI La Reforma protestante, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ediciones Gladius.

  2. Strauss, L., Cropsey, J. (1963), Historia de la filosofía política, México, primera edición en español de la tercera en inglés, sexta reimpresión, Fondo de Cultura Económica.

  3. García-Villoslada, R. (1973), Martín Lutero: I el fraile hambriento de Dios, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, de la Editorial Católica, S.A.

  4. Denifle, E. (1922), Lutero y el luteranismo, Manila, Tip. Pontificia del Col. De Sto. Tomás.

  5. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II.

  6. Santo Tomás de Aquino, Summa Contra Gentiles.

  7. Quasten, J. (1973), Patrología: I Hasta el Concilio de Nicea, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, de la EDICA, S.A.

  8. Kentenich, J. (1945), Hacia el Padre: Oraciones para uso de la familia de Schoenstatt, 17a ed., Santiago, Chile, Editorial Nueva Patris.

  9. Caponnetto, M. (2020), Ética, material elaborado por la cátedra. Módulo de Estudio.

  10. Caponnetto, M. (2020), Metafísica, material elaborado por la cátedra. Módulo de Estudio.

  11. Caponnetto, M. (2020), La Sacra Doctrina, material elaborado por la cátedra. Módulo de Estudio.

  12. Torres Cox, D., P., (2020), Fe y Razón en Santo Tomás, material elaborado por la cátedra. Módulo de Estudio.

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1 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, Q. 83, art. 3. (De ahora en más, S.T, junto a la pars correspondiente y la debida mención a la cuestión y artículo pertinente).

2 S.T, I-II, q. 85, art. 1.

3 S.T, I-II, q. 85, art. 2.

4 S.T, I-II, q. 85, art, 2, corpus.

5 S.T, I.II, q. 85, art. 2, corpus.

6 Kentenich, J. (19), Hacia el Padre: Oraciones para uso de la familia de Schoenstatt, 17a edición, Santiago, Chile, Editorial Nueva Patris S.A.

7 C.G., I, 2.

8 «Todos los hombres tienen por naturaleza el deseo de saber.» Aristóteles, Metafísica, primera edición, Buenos Aires, Gradifco. «El bien fue definido correctamente como aquello hacia lo cual tienden todas las cosas» Aristóteles, Ética a Nicómaco, Buenos Aires, Gradifco.

9 Ética X, 8. Citado en Caponnetto, M. Ética, modulo de estudio provisto por la cátedra.

10 S.T, I-II, q. 3, art. 8, corpus.

11 C.G., I, 1.

 
 

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