La pérdida de la razón en la revolución protestante I

Filosofía-Historia-Religión-Teología

por Luca Gallinati

Introducción

El siglo XVI marcó uno de los momentos más desgarradores en la historia de la Iglesia. Las fuerzas humanas (y demoníacas), montados sobre los procesos históricos, desembocaron en la hoy conocida como «Reforma» protestante (que, desde ya, de reforma no tuvo ni el más pequeño ápice). Pero para honrar a la verdad, llamaremos a este suceso por lo que es: una revolución. Lutero, como él mismo dirá, no vino sencillamente a corregir los abusos relativos a la venta de indulgencias. Lutero fue un revolucionario. El Padre Alfredo Sáenz, en su sexto tomo de su obra La Nave y las tempestades, nos dice: «Como puede verse, lo que se pretendía era algo muy diferente de una mera reforma moral o disciplinar. Se trataba de una transformación sustancial de la Iglesia de Cristo, de una nueva doctrina. “Yo no impugno las malas costumbres- le escribiría Lutero al Papa- sino a las doctrinas impías.” Años adelante lo repetirá “yo no impugno las inmoralidades y los abusos, sino la sustancia y la doctrina del papado”. Y también: “No soy como Erasmo y otros anteriores a mí, que criticaron en el papado solamente las costumbres; yo, en cambio, nunca dejé de atacar las dos columnas del Papado: los votos monásticos y el sacrificio de la misa”. No otra cosa entendía por “reformar” aquel reformador. Por eso, “aunque el papa fuese tan santo como San Pedro, lo tendríamos por impío y nos rebelaríamos contra él. Le opondremos el Padre nuestro y el Credo, no el Decálogo, porque en esto de moral somos demasiado flacos.”»1 Así vemos que todo recuerdo pseudo nostálgico de aquel reformador, como el que simplemente quería una Iglesia sin abusos, inflamado de caridad y de valentía por ir contra el “establishment” de la época, se desvanece.

Pero ¿Qué caracteriza a una revolución? La definición de revolución que nos da la RAE, en su cuarta acepción, es ilustrativa: una revolución es un: «cambio rápido y profundo de cualquier cosa».2 Y es, de hecho, lo que el fraile agustino hizo, renunciando al uso de la razón y desdeñando la filosofía: Lutero desechaba, de esta manera, el legado de aproximadamente dos milenios de reflexión filosófica, desde los griegos, de entre los cuales demostró un especial desprecio por el Estagirita, hasta el siglo que corría, incluyendo a Santo Tomás de Aquino. Pero para entender a Lutero, tenemos que investigar brevemente en su trasfondo, porque, aunque él renuncie a la filosofía, detrás de Lutero hay, en efecto, un contexto filosófico. En efecto, Lutero aprendió y profesó las ideas de Ockham, a tal punto que llegó a llamarlo “philosophus maximus”3. ¿Y cómo influye esto en su concepción de la razón? Veamos. El Padre Denifle anota lo siguiente: «Sabido es que Occam, en todo y para todo, solamente se atiene a la fe. sin dejar ningún asidero concreto a la razón. En las cosas de la fe, había que descartar la razón, cuyo oficio se reducía a ponerlo todo en duda. Según Occam, la fe contiene sus dogmas de mayor importancia afirmaciones cuyas consecuencias contradicen a los principios racionales universalmente admitidos, por ejemplo: Una cosa no puede ser y no ser a la vez; el todo es mayor que su parte. Pero una vez suprimido el valor del principio de contradicción, todo queda suprimido, y desde entonces ya se puede ir con toda libertad hasta donde se tenga por conveniente. Occam había preparado la tesis, que fue formulada viviendo él todavía, de que »una afirmación puede ser teológicamente falsa y filosóficamente verdadera y viceversa»4. Así, Lutero que mamó de Ockham en el seminario, heredó un desprecio a la razón. Lutero dirá que: «ninguna forma silogística es válida cuando se aplica a términos divinos»5.

Hasta acá, parece ser un reciclado de los problemas ya tratados en la Suma Contra Gentiles. Pero ¿Por qué Lutero despreciaba de esta forma la razón? Es que el pesimismo luterano tiene raíz en una errónea concepción del pecado original (como más adelante veremos, a la luz del Aquinate). Para Lutero, la mancha del pecado original había dejado tales consecuencias que la razón había quedado impedida de acercarse al ámbito teológico. Entendía que: «la razón había sido considerada, al menos en algunas de sus operaciones, libre de todos los efectos de la Caída y la naturaleza y la Gracia habían parecido complementarias.»6 Y aquí hay un serio desprendimiento de aquel axioma tomista que reza que: «la gracia supone la naturaleza». Tan a fondo irá Lutero que, como nota el P. Sáenz: «su saña no va contra un sistema determinado sino contra la razón misma […] En un sermón pronunciado hacia el fin de su vida repetirá: “La razón es la grandísima p. del diablo, por su esencia y manera de ser, es una p. dañina; es una prostituta, la p. patentada del diablo, una p. comida por la sarna y la lepra, que debía ser pisoteada y destruida, ella y su sabiduría […] Echarle basura a la cara para afearla. Debería ser ahogada en el bautismo […] La abominable merecería que la relegaran al más sucio lugar de la casa, a las letrinas.”»7. Con palabras tan rimbombantes, queda patente la postura de Lutero, quien avanzó más allá de Ockham, y echó fuera a la razón misma.

Sed Contra

En contra de todo esto, tenemos a la misma palabra de Dios, a la única norma de fe para Lutero, que dice por boca de San Pablo, hablando sobre los paganos, que no tenían la revelación: «Porque lo invisible de Él, su eterno poder y su divinidad, se hacen notorios desde la creación del mundo, siendo percibidos por sus obras, de manera que no tienen excusa»8 (Romanos 1:20). Y aún añade el Apóstol lo siguiente, en referencia a los paganos sin ley frente a lo bueno y lo malo: «Cuando los gentiles, que no tienen Ley, hacen por la razón natural las cosas de la Ley, ellos, sin tener Ley, son Ley para sí mismos, pues muestran que la obra de la Ley está escrita en sus corazones, por cuanto les da testimonio su conciencia y sus razonamientos, acusándolos o excusándolos recíprocamente.» (Romanos 2:14-15). Ergo, la Biblia misma muestra que la razón no solo sirve, sino es instrumento para alcanzar el conocimiento de la Ley. Y ante la Palabra de Dios, tanto católicos como protestantes han de asentir y responder : «Te alabamos, Señor».

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1 Sáenz, A. (2005) La Nave y las Tempestades VI: La Reforma protestante, Alfredo Sáenz, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ediciones Gladius, página 90.
2 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23. ed., [versión 23.6 en línea]. <https://dle.rae.es> [Consultado el 03/07/23]

3 García Villoslada, R. (1973), Martín Lutero: I, el fraile hambriento de Dios, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos S.A, página 70. 

4 M. RDO. P. MTRO. Enrique Denifle , O. P. (1922), Lutero y el luteranismo, Manila, edición Tip. Pontificia del Col. De Sto. Tomás.

5 Lutero, Disputation against Scholastic Theology, Cláusulas 6 10,17, AE, XXXI, 4 ss., citado en Strauss L., Cropsey J. (1963), Historia de la Filosofía Política, primera ed. De la tercera en inglés, sexta reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica.

6 Strauss, L. y Cropsey, J., op. cit.

7 Saénz, A. op. cit.

8 Traducción directa de los Originales por Monseñor Doctor JUAN STRAUBINGER: CON TODAS SUS NOTAS COMPLETAS SEGÚN LA FIEL VERSIÓN ORIGINAL. Corrección N° 7. De ahora en adelante, a no ser que se especifique lo contrario, todas las citas serán tomadas de esta traducción.

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