por Luca Gallinati
Desarrollo
Argumento de autoridad: San Justino y Clemente de Alejandría.
Primeramente, hemos de confirmar nuestra idea yendo a la misma patrística. Tanto San Justino mártir (s.II) como Clemente de Alejandría (s. IV), convergen en lo que se conoce como la Doctrina del Logos. De San Justino, en plena época de persecución por parte del Imperio, nos han llegado dos Apologías, dirigidas al emperador. También tenemos su Diálogo contra Trifón, donde polemiza con un judío. Estos escritos son de carácter apologético, se lo considera uno de los primeros Padres Apologetas, y temporalmente muy cercano a Jesucristo y a la era apostólica. Cuando quiere interpelar a su audiencia pagana, lo hace recurriendo a dicha doctrina. Señala que, antes de la venida del Cristo, la humanidad tenía diseminadas “semillas del Logos”. Tanto los judíos como los filósofos paganos habían llegado a la posesión de dichas semillas, de cara a que germinen. En efecto, San Justino tiende un puente entre la filosofía y la revelación. Dice: «Nosotros hemos recibido la enseñanza de que Cristo es el primogénito de Dios, y anteriormente hemos indicado que El es el Verbo, de que todo el género humano ha participado. Y así, quienes vivieron conforme el Verbo, son cristianos, aun cuando fueron tenidos por ateos, como sucedió entre los griegos con Sócrates y Heráclito y otros semejantes (Apol. I 46,2-3: BAC 116,232-33).»1 De hecho, la Palabra Logos2, citada en el Evangelio de Juan no es ajena a los griegos. ¡Es que el mismo Justino trae a colación a Sócrates! Y también dice en otro lugar: «Porque cuanto de bueno dijeron y hallaron jamás filósofos y legisladores, fue por ellos elaborado, según la parte de Verbo que les cupo, por la investigación e intuición; mas como no conocieron al Verbo entero, que es Cristo, se contradijeron también con frecuencia unos a otros. Y los que antes de Cristo intentaron, conforme a las fuerzas humanas, investigar y demostrar las cosas por razón, fueron llevados a los tribunales como impíos y amigos de novedades. Y el que más empeño puso en ello, Sócrates, fue acusado de los mismos crímenes que nosotros, pues decían que introducía nuevos demonios y que no reconocía a los que la ciudad tenía por dioses… Que fue justamente lo que nuestro Cristo hizo por su propia virtud. Porque a Sócrates nadie le creyó hasta dar su vida por esta doctrina, pero sí a Cristo—que en parte fue conocido por Sócrates—porque Él era y es el Verbo que está en todo hombre (Apol. II 10,2-8: BAC 116,272-273).»3 ¿Más claro que esto? ¡Imposible! San Justino deja en claro que los filósofos conocieron a Cristo, tuvieron conocimiento del Logos, por la misma investigación. Y añade que el Verbo está en todo hombre. ¿Cómo puede explicar esto Lutero, para quien todo hombre tiene corrompida la razón?
Pero llamemos a Clemente de Alejandría como segundo testigo. Él dice en su Stromata: «Antes de la venida del Señor, la filosofía era necesaria para la justificación de los griegos; ahora es útil par a conducir las almas a Dios, pues es una propedéutica par a quienes llegan a la fe por la demostración. “Que tu pío no tropiece, pues” (Prov. 3,23), refiriendo todas las cosas hermosas a la Providencia, ya sean las de los griegos, ya las nuestras. Dios es, en efecto, la causa de todas las cosas hermosas: de unas lo es de una manera principal, como del Antiguo y Nuevo Testamento; de otras, secundariamente, como de la filosofía. Y esta tal vez ha sido dada principalmente a los griegos antes de que el Señor les llame también; porque ella condujo a los griegos hacia Cristo, como la Ley a los hebreos. Ahora la filosofía queda como una preparación que pone en el camino al que está perfeccionado por Cristo (Strom. 1,5,28)»4 En suma, Clemente nos dice que la causa de la filosofía es Dios mismo, y que está no solo es útil a la persona que se acerca a la fe, sino que fue necesaria para la misma justificación de los griegos. Con gran razón acierto remata en esta cuestión el Dr. Mario Caponnetto: «Ciertamente, el pensamiento cristiano tuvo siempre en claro que le era necesaria una inteligencia de la fe: el dato revelado apela, ante todo, a la razón, al logos, puesto que Dios es el Logos que se revela. De manera que nunca estuvo en duda que era preciso acudir a las ciencias humanas a modo de imprescindible auxilio. De hecho, los Padres se valieron de todos los instrumentos que les proporcionaban las artes y las letras de su tiempo.»5
Contradicción Luterana
Ahora bien, traigamos de nuevo a colación la cita de Lutero: «La razón es la grandísima p. del diablo, por su esencia y manera de ser, es una p. dañina»6. ¿Nota usted, lector, la grandísima contradicción del enunciado? Se desdeña a la razón aludiendo a la esencia de la razón. Y como ya vimos en ocasión a la metafísica: «a la esencia, Tomás la define como aquello por lo que y en que y en lo que el ente tiene ser (per eam et in ea ens habet esse). Por la esencia, en efecto, cada cosa es lo que es y por lo que puede ser reconocida y definida, lo que equivale a ser puesta en algún género o especie».7 ¿Se alcanza a ver? Para negar a la razón, Lutero recurre a especies inteligibles. En otras palabras, Lutero niega a la razón con la razón. Pero, sin ir más lejos, ¿Con qué cree Lutero que se va a encontrar cuando abra la Biblia? ¿Con la receta de la milanesa napolitana? ¡Se va a chocar con especies inteligibles! ¿Y cómo pretende afrontarlas? ¿Cómo un “si no lo veo no es real” o algo parecido? Cuando llegamos a la Biblia y nos cruzamos con la idea misma de Dios, con sus atributos como la eternidad, cuando la Biblia habla de tiempo, de «al principio», del Verbo, el nombre de Dios, («Yo Soy»), ¿qué hay ahí? ¡Especies inteligibles! De hecho, es lo que Santo Tomás nos indica en la Suma contra Gentiles. Enseña que hay una doble verdad acerca de lo que creemos de Dios: «Hay ciertas verdades que sobrepasan la capacidad de la razón humana, como es, por ejemplo, que Dios es uno y trino. Otras hay que pueden ser alcanzadas por la razón natural, como la existencia y la unidad de Dios.»8 Pero resulta ser que estas verdades que alcanzamos con la razón natural (preámbulos de la fe), también Dios nos las dejó en su Revelación, por distintas razones. Santo Tomás explica que Dios actúa de esta manera porque si no, muy pocos conocerían a Dios, dado que estas verdades son fruto de diligente investigación, por causa de la pereza, ya que se necesitan además conocimientos previos para llegar a la meta, por causa de la dificultad y el tiempo que esto toma, y por la misma debilidad de nuestro entendimiento. Por eso concluye que: «la divina clemencia proveyó, pues, saludablemente al mandar aceptar como verdades que la razón puede descubrir, para que todos puedan participar fácilmente del conocimiento de lo divino sin ninguna duda o error.»9 Y es que este principio luterano da pie a la siguiente objeción: si la razón no sirve para hablar de Dios, ¿por qué, Lutero, he de escucharte? Pero podemos afirmar, con Santo Tomás, que: «lo naturalmente innato en la razón es tan verdadero, que no hay posibilidad de pensar en su falsedad».
————————————————————
1Quasten, Johaness (1978), Patrología: I Hasta el Concilio de Nicea, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, de EDICA, S.A.
2Véase S. Juan 1:1. Comentario de la Biblia Nacar-Colunga: «Cuando Dios creó el cielo y la tierra, existía ya el Verbo. Manera de expresar la eternidad del mismo, igual, aunque menos expresiva, que la empleada por Jesús en 17, 5, 34. El Logos, la Sabiduría eterna de Dios, de que empiezan a hablarnos los Proverbios 8, 22 ss., y la Sabiduría 7, 1 ss., la segunda persona de la Trinidad» Nácar E. F, Colunga A., O.P. (1944), Sagrada Biblia, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos.
3Quasten, Johaness, op. cit.
4Quasten, Johaness, op. cit.
5 Caponnetto, Mario. La Sacra Doctrina, material de estudio provisto por la facultad.
6 Sáenz, A. op. cit.
7 Caponnetto, M. Metafísica, material de estudio provisto por la cátedra.
8 Santo Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, libro primero, capítulo tres. (A partir de ahora en más, se citará con la siguiente modalidad: C.G, I, 3).
9 C.G, I, 4.
2 Responses
[…] Parte II Parte III […]
[…] Parte II Parte […]