El regreso del Pinta

Apocalipsis-Cuento-Literatura-Opinión

por MDM

Hacía frío afuera. Después de una extensa jornada laboral, el Pinta se sirvió una medida de whisky Jameson, encendió un habano Romeo y Julieta a medio acabar y se desparramó en su sillón negro de cuero.

Era el año 4 después de la “gran mentira”. Atrás, muy atrás, habían quedado los buenos malos tiempos de aventuras y santas bohemias con el Pipa y con el Boina. Habían sentado cabeza y todo su tiempo se centraba en la supervivencia cotidiana de sus familias en tiempos de incipiente carestía e incertidumbre sobre el futuro inmediato.

La vida y los últimos acontecimientos históricos habían llevado al Pinta a convertirse en un verdadero lobo de la estepa. Solitario e incorrecto. Un francotirador sin balas, que cada tanto pegaba algún culatazo en defensa del sentido común.

Mientras echaba unos humos al aire, sumando a la espesura que invadía la atmósfera, miraba fijamente su más preciado tesoro mundano. Su biblioteca. Tenía fija la mirada en el anaquel superior izquierdo donde se encontraban las obras del Padre Castellani. Especialmente observaba la imagen imponente del cura loco que estaba en la tapa de un ladrillo verde. Se trataba de su biografía, escrita por una verdadera leyenda bellavistense.

De repente, un cortocircuito sacó al Pinta de su letargo. Las luces de los veladores de su sala de estar comenzaron a titilar de forma violenta. Finalmente, todo quedó en penumbras.

Cuando atinó a levantarse para revisar la caja de luz, la mano que sostenía el rancio cigarro quedó dolorosamente atrapada entre la mesa ratona y una fuerte pisada. En ese mismo instante, una luz apacible invadió la sala y le permitió ver que lo que aprisionaba su mano era un borceguí militar. Miró hacia arriba y allí estaba. Con sus casi dos metros, su austera sotana y el cinturón de cuero que ceñía su cintura. Su temor contrastaba con la risa a carcajadas del inesperado visitante. Solo un curioso ruido, como de una canica rebotando en los cerámicos, lo sacó de ese estado.

Che Pinta, alcanzame el ojo de vidrio y por favor dejá esa cosa. Ese olor apestoso puede resucitar hasta a un muerto —dijo riendo socarronamente—.

¿Pa…, padre Castellani? —titubeó el Pinta—.

¿Quién sino? —respondió el cura loco mientras se servía un whisky.

Y prosiguió:

Che, que lindo que te quedó este barcito. Me hace acordar al emblemático “The Temple Bar” de Dublín, mismos colores y misma estética.

¿En serio? —preguntó el Pinta halagado, que había embutido un improvisado bar en el hueco de un placard de su pequeño departamento.

Ya te gustaría, ja, ja, ja. Pero lo importante es que cumple su función —dijo mientras intentaba colocarse el artefacto de vidrio en la órbita ocular—.

Y mientras encendía su legendaria pipa y observaba un libro que estaba separado arriba del sillón, dijo:

Veo que seguís con tu afición por leer las últimas noticias.

¿Lo dice por esta novela?

Sí, claro, está muy bien escrita y es muy entretenida. Además de la atractiva portada.

Pero sin dudas Su Majestad Dulcinea es superior —comentó el Pinta—.

A eso no te lo creés ni vos. Pero convengamos que el autor pudo ver mejor porque estaba cuarenta años más cerca de los acontecimientos —dijo el cura—.

Y agregó:

Tomá, fumá algo como Dios manda —dijo mientras le pasaba la pipa—.

Gracias Padre. Y ya que lo tengo acá, qué me dice de la “gran mentira” —preguntó mientras degustaba ese rico tabaco—.

¿El “gran bolazo”? Ja, ja, ja. No se ilusionen, eso fue apenas una entradita en calor. Lo peor está por venir.

Mientras se cruzaba de piernas con elegancia viril, continuó.

Habrá mucha confusión entre los católicos. Muchos desesperan y se quieren agarrar de cualquier madero podrido que encuentran flotando a su paso como tabla de salvación. En vez de poner la vista en Cristo y sus profecías.

¿Te referís al peluca? —dijo el Pinta que no quería devolver la pipa—.

Me refiero a cualquier opción partidaria o mundana. La modernidad contagió a muchos de los nuestros de una enfermedad específica… Ya no…

Ya no creen que Cristo Vuelve o no piensan que Vuelve —interrumpió el Pinta —.

Veo que te gusta repetir esa frase, muy bien, muy bien, es así.

Y siguió:

No ver los acontecimientos a través del lente del apocalipsis tiene consecuencias. En su desesperación, muchos católicos, incluso tradicionales, pondrán su esperanza en mesías temporales, en vez de desesperar de toda esperanza terrena y esperar en Dios contra toda esperanza.

El autor de “Las Hojas de la Higuera” dice que muchos católicos tradicionales son en los hechos “optimistas de lo inmanente”.

Y dice bien —dijo el cura loco— no alzar la cabeza y “ver” los signos , como ordenó Nuestro Señor, hacer la del avestruz, a lo único que va a conducir a muchos es a la muerte segura. Ser un verdadero creyente requiere lucidez, pero sobre todo coraje.

¿Por eso es que se ven caer tantos católicos tradicionales?

Sí, la cobardía lleva a taparse los ojos frente a los signos.

¿Católicos tradicionales y tomistas incluso podrían caer en el engaño Padre?

Claro, esa es la diferencia entre el tomismo libresco y el tomismo vivido. Muchos hablan del buey mudo, pero sus almas pertenecen al espíritu de la modernidad.

Y siguió:

Muchos arrastrados por la seducción o el miedo se pondrán el chip.

El Pinta temeroso de poder llegar a ser uno de esos, preguntó.

¿Cómo se vence el miedo Padre?

Cuando el cura loco estaba por contestar, suena fuertemente la alarma del celular y el Pinta se despierta despatarrado en el sillón. Los rayos de luz de la mañana se filtraban a través de las persianas de plástico. Logró desperezarse, entonces se dio cuenta de que se trató todo de un sueño. Un sueño muy vívido. Y se lamentó de no obtener la respuesta a la última pregunta. Pero recordó que el Padre no era muy amigo de las recetas y se resignó.

Notó que se había dormido con el ladrillo verde en su regazo. Cuando se levanta y toma el libro para ponerlo en el estante correspondiente, cae al piso una estampita con la imagen de un obispo que decía: «En los tiempos que vienen solo habrá una forma que las rodillas dejen de temblar y será caer sobre ellas y rezar».

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